La promoción de odio
La escalada discursiva del odio no parece detenerse y construye perturbadores y destructivos escenarios de violencia y marginación.
Por Rosana Aldonate*
La palabra “promoción” tiene que ver con publicidad, la de un producto o servicio durante un tiempo limitado mediante una oferta atractiva. Hablar en este caso de promoción de odio alude, en ese sentido, a publicitar el odio, a hacer campaña a favor de que éste se instale o se consuma. O sea, tratarlo como un producto más de la sociedad de consumo, ubicarlo en el lugar de un objeto a consumir. Volveremos a esto.
En general la escena pública está atravesada por discursos. Cuando un discurso promueve un proceso de segregación, es decir separar y marginar a una persona o grupo de personas por motivos sociales, políticos, culturales y mantenerlos a distancia, se obtiene como resultado la segregación misma. La cual puede provocar una discriminación por raza, por clase o por género. Así el odio distribuido en estas categorías daría lugar al racismo, clasismo y sexismo y favorecería a generar un clima de hostilidad y violencia contra estos colectivos y/o alguno de sus integrantes.
Según ciertas encuestas, en la actualidad, son objetos de odio: mujeres, identidades políticas y delincuentes, promovidos desde posturas asentadas en el patriarcado, la antipolítica y el punitivismo respectivamente.
Si bien el derecho de expresión es un derecho subjetivo y, por lo tanto, fundamento esencial de una sociedad democrática en la cual se debe tramitar sobre diversidades culturales, conduce a dichas sociedades a ser tolerantes no sólo con las ideas que pueden considerarse inocuas sino con aquellas otras que pueden ofender, molestar o inquietar; incluso con aquellas que hieren.
El discurso de odio puede desembocar en la constitución de un delito: por ejemplo, aquellas manifestaciones que van desde la provocación al genocidio, la negación del genocidio judío y armenio, los insultos de signo sexista o racista, la exaltación del terrorismo, etc.
Tanto las redes sociales como distintos espacios en los medios de comunicación y programas de televisión producen, muchas veces de modo planificado y sistemático y otras, de manera circunstancial o contingente, discursos de odio sobre personas o grupos, en el afán de imponer alguna idea o de generar un clima de hostilidad hacia esas personas, grupos de personas, instituciones, etc.; también con un interés puesto en el rating.
En algunas ocasiones estas intervenciones discursivas desembocan en esa palabra que hiere, y en una escalada ascendente podrían llegar al insulto, el escrache o la agresión, que puede ir de la agresión verbal hasta desembocar en violencia explícita, por qué no.
Es cierto que hay que distinguir entre las violencias y las pasiones, ya que existen pasiones separadas de cualquier acto de violencia. Ejemplo de ella es la pasión de la cólera a la que Lacan se refirió en su primera enseñanza como una de las “pasiones del alma”, porque son todavía “alienación del deseo a un objeto”, tienden aún un lazo al Otro.
Vemos en estas escenas de los medios de comunicación cómo empiezan por “saltarle las clavijas” del discurso de las bellas palabras a los actores mediáticos y, encolerizados, no dejan de estar apasionados por aquello a lo que pretenden discriminar desde sus intervenciones discursivas.
Pero de la cólera se puede terminar en el insulto, incluso en el portazo, el empujón o la bofetada. Esto muestra cómo se puede pasar de la cólera a la violencia.
También se puede pasar de la cólera al odio, que da más consistencia al otro al apuntar a un modo de gozar distinto por parte de ese otro, lo que empuja al menosprecio o la humillación vía el agravio que es la última palabra que hiere antes de desembocar en la agresión y la violencia, allí donde dimite la palabra y el discurso.
Volviendo a lo indicado al comienzo de este texto, la promoción de discursos de odio, en este caso en los medios de comunicación, señala en primer lugar un apasionarse por el objeto al que apunta el discurso de odio, al publicitar y promover algún sentido común generalmente de tinte negativo del objeto, pero aún como objeto del deseo.
Desde el psicoanálisis sabemos que el odio, más allá de apuntar al otro como objeto conocido de una pasión, refiere más propiamente, en los fenómenos de segregación, al goce del otro, eso marginal, desconocido, que es lo más singular de alguien, aquello imposible de publicitar, promocionar y consumir.
Entonces hay una parte discursiva en la promoción de odio que hace del odio a un objeto algo publicitable, a través de cualificaciones negativas o injuriosas presentes en la instigación a cualquier odio: a las mujeres, los negros, la transfobia, los extranjeros, a la política, a una persona con nombre y apellido etc. Pero hay un resto separado del discurso que esconde el verdadero objeto de odio, marginal, desconocido, el goce singular de cada uno. Se puede odiar eso. Aquello que ninguna palabra, insulto, injuria o agravio podrá alcanzar ni siquiera por la vía del escrache, forma actual de desahogo de las pasiones individuales, cólera, odio, indignación, instigadas desde sentidos comunes, que tienden a estigmatizar.
Además lo que tampoco sabe aquel que odia es que él mismo ha segregado un componente que arroja al mundo exterior y lo siente como hostil, tal como lo planteó Freud. Eso es odiar el propio goce bajo la forma o el modo de odiar el goce del otro.
*Psicoanalista. Escritora.