Dejenme odiar tranquilo

Cómo se direcciona el discurso mediático de los teóricos del odio y sus intereses, hacia la exacerbación del malestar popular.   

Por Eduardo Núñez Campero*

 

Existe una estrategia de la derecha antinacional que procura capturar, y esta es la expresión correcta, la voluntad del pueblo para someterlo a sus políticas. ¿Y cuál es la novedad? se preguntarán. La novedad consiste en que parecen disponer de una teoría de la constitución del sujeto al que están dispuestos a inocular la pasión del odio sin ninguna vergüenza ni limite.

La maniobra decisiva consiste en abandonar todo intento de reconocer a la razón y la lógica como ámbito en el que se dirimen las cuestiones públicas, digamos de paso que cuanto más parece abandonar el interés público y más se parece a una disputa de interés privado, más eficaz reputan esa intervención. Recordemos cuando Federico Sturzenegger confesó que, en ocasión de un seminario sobre opinión publica en EEUU, le habían indicado que no hablase de economía y que si no podía evitar esa exposición hablara de su familia, de los hijos, etc. teniendo en cuenta que se trataba del presidente del banco central durante la presidencia de Mauricio Macri. ¿No son estas declaraciones por demás reveladoras de lo que se trata?

Crucemos esta consigna con la siguiente circunstancia: es obvio que en la calle o aun en nuestros domicilios somos requeridos por personas pobres que apelan a nuestra consideración para paliar su miseria. Estas demandas no pueden dejarnos sin una inquietud que, si pone en juego nuestra impotencia, posiblemente engendren odio que luego será direccionado por el aparato de medios hacia las víctimas. Para ello, se intenta hacer desaparecer todo argumento en torno a esta cuestión que se remplazará por palabras que se repiten cacofónicamente sin integrarlas en un razonamiento tal como la maniobra de un hipnotizador. ¿Qué queda entonces? Pues solo el objeto inquietante. Es decir, el pobre y aquello que parece identificarse con ello. Recuerden el término peyorativo de “pobrismo” que usa Miguel Pichetto y los insólitos ataques al Papa Francisco que a más de sus inequívocos pronunciamientos acerca del mal de la riqueza extrema, llama a la solidaridad con los pobres. ¡Francisco no los deja odiar tranquilos!

El modo de tratar el lenguaje despojándolo de su condición de articulador de razonamientos y usándolo solo para portar afectos. En este caso el odio se revela con claridad en comunicadores como Viviana Canosa, Alfredo Casero, Javier Milei y algunos otros un poco más recatados, pero no menos agentes de esta operación.

 

*Psicoanalista.

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