Variaciones del fascismo

Por Adriana Gil
¿En qué plano de la existencia social nos encontramos en estos momentos en Argentina? Para las mayorías, el presente asume formas cada vez más desesperantes, desoladoras. La aceleración del ajuste libertario apuntalado por fuerzas represoras dispuestas a cualquier salvajada, como lo demuestran las últimas marchas de jubilados nos sitúa frente a un escenario altamente perturbador: por un lado, la peligrosa insatisfacción del gobierno en la escalada de la violencia y en su política de acelerar hacia un orden nuevo que legitime la pérdida de derechos adquiridos y de garantías. Por otro, una intermitencia callejera indignada de fuerzas opositoras, movimientistas empujadas por el ansia de resistir pero que no logra encontrar un eje de confluencias potente, una forma antagónica eficaz para combatirlo. Lo que se ha abierto desde el triunfo de Milei no es un horizonte sino una descomposición dolorosa de las experiencias vitales básicas del presente y una lenta clausura de futuro para las mayorías que toma la forma de la impotencia y la resignación; impotencia que se agrava ante una rampante crueldad que se ofrece públicamente como ofrenda obscena.
La extrema derecha que nos gobierna profundiza la fragilización y la precarización de quienes ya se encuentran en los márgenes y va alcanzando a millones más, no cree en los derechos progresivos, aborrece la justicia social, aborrece los derechos compartidos cuya expansión hace más vivible la vida y por eso mismo, les parece monstruosa la idea de la igualdad. Es un enemigo que procura empeorar todas las condiciones vitales de quienes no reconoce como sujetos pertenecientes a la parte del género humano aceptable en términos de utilidad de mercado. Es un enemigo que encuentra fascinación en la producción de destrucción de todo lo estatal social que no esté al servicio del poder y del capital. Un régimen político autodenominado refundacional del estado, cuyas bases tiene que romper pues ahí está la historia compartida y construida, ahí está la racionalidad que han detestado siempre, la lógica redistributiva de la que abominan, lo que argumentan “irracional”.
Desde que Milei asumió el poder se debate si es aplicable el término fascismo para describir su forma de gobierno. Ciertamente hay que ser cuidadosos porque no todo puede ser llamado fascismo. Pareciera no resultar simple determinar cuándo estamos en presencia de un vuelco fascista de una fuerza política que ha llegado democráticamente al poder. Hay quienes desestiman esta calificación básicamente por ceñirse a un encuadre académico del fascismo histórico. Pero ese no es el punto, no es una cuestión identitaria ni esencialista sino política. No se trata de camisas pardas ni de pequeños bigotes, el fascismo histórico tiene líneas de continuidad en las nuevas extremas derechas (y aunque no todas ellas sean fascistas tienen su carga de vileza) en nuestro país y a nivel global. Estamos en presencia de un movimiento que debe ser definido políticamente y comprendido para ser enfrentado y combatido.
En este abismo hacia el que nos deslizamos, constatamos que eso que calificamos de extremo, de ultra, que cuesta nombrar, no es aquello que “ha venido para quedarse” sino que siempre está entre nosotros, está entre nosotros bajo las formas más vergonzantes, oscuras y costumbristas en las cuales ahogamos nuestros deseos. Y es también una clavija del poder económico concentrado que siempre está entre nosotros. Lo que anonada es no alcanzar a advertir cómo los mecanismos institucionales que antes configuraban barreras de protección civil y amparo de las mayorías se reconvierten cíclicamente en sostén de una restauración arcaica y criminal al puro servicio del capital. El fascismo, como señaló Enzo Traverso debe ser pensado como un concepto trans histórico que pueda permitirnos líneas de semejanzas y diferencias para entender a las ultra derechas y a los fascismos contemporáneos. Es aquello que Foucault describía como “lo perpetuamente posible” pues es intrínseco al sistema de poder y puede revelarse en cualquier oportunidad.
En esa determinación sin límites del gobierno mileísta, nos es posible leer en todo su horror la estetización política de la crueldad, su rasgo decisivo: el goce por el dolor causado, el veto, la restricción, el ajuste jubilatorio, la quita salarial, la gratuidad eliminada. Este funcionamiento fascistoide al detalle de la maquinaria de poder para oprimir a los más débiles es infligido sobre una población a la que se desprecia como desechable y sobre la que recaerán gravísimas consecuencias. Esta gente no bromea.
Cuando la violencia que se presenta ante nuestros ojos nos deja estupefactos, casi espontáneamente pensamos en el fascismo. Las señales de peligro se evidenciaban mucho antes de que Milei fuera elegido. Sus apariciones en shows televisivos, eran expresiones patéticas pero alertas reales ¿qué más hacía falta al verlo manipular una motosierra? Era un mensaje de odio anunciando eliminación y destrucción. Un grito de guerra hacia la población. Alejandro Kauffman no duda al sostener que “(…) saben que tienen que oprimir de una manera a la que no se puede responder porque el discurso del fascismo es ‘te voy a hacer algo que no vas a poder soportar, que no vas a poder olvidar, que va a reducir toda tu inquietud de resistencia y de emancipación y de derechos, que no te lo esperabas y que no vas a poder creer que esté ocurriendo’.”
Ese es el artefacto fascistizante en curso: nuevas reglas de juego de un dolor que se anuncia inevitable, de un orden aplastante de la voluntad de resistir, de una amenaza represiva que se cumple en el terror sobre los cuerpos más débiles. Frente a esa humanidad despreciada, convertida en combustible para la inagotable voracidad del mercado, vemos crecer con espanto la indiferencia de los meritócratas frente a los menos favorecidos o la pasividad de quienes lentamente pueden tolerar lo intolerable. A esto nos referimos cuando decimos que siempre está ahí, a los micro fascismos cotidianos que atraviesan nuestras subjetividades, nuestros deseos y nuestras percepciones frente a lo diferente, a lo racializado, a lo migrante, a lo que se percibe como ajeno y amenazante. La categoría fascismo debe servirnos para analizar el presente porque estamos ante fuerzas que buscan modificar y empeorar nuestras vidas de manera irreversible. Urge desmontar sus streamings virulentos, sus batallas culturales, sus plataformas digitales, sus discursos agresivos, para combatirlo. Urge intervenir y batallar. Unir la dispersión de cuerpos y fuerzas que valoren un mundo igualitario, la vida, el goce de vivir, la verdadera libertad, la aceptación de la diferencia.
Esto enfrentamos hoy, mas con una vuelta de tuerca diferente a otras etapas reaccionarias en nuestro país: un goce oscuro que se pretende ético: el poder no sólo reprime, no sólo prohíbe, sino que produce políticamente y moviliza subjetividades, adhesiones, justificaciones, resignaciones y naturalizaciones de la violencia y del odio. El exterminio por goteo de los indeseables está en sus planes, pero con la pretensión de no ser vistos como la fuerza abyecta y nauseabunda que lo facilite.