Terrorismo estúpido de Estado

por Aldo Ternavasio

Las fuerzas de seguridad y los comandos de elite tienen, entre sus vastos arsenales, una granada que se llama flashbang, o granada aturdidora. Se trata de un dispositivo no letal que al estallar genera un estruendo tan intenso que deja completamente aturdidos y fuera de combate a sus víctimas.
Algo así padecemos cotidianamente cuando alguien intenta discutir con algún funcionario o militante mileista. Suelen ser tan estruendosamente brutales y absurdas las respuestas o argumentos que, al ser dichas, desactivan ipso facto cualquier posibilidad de argumentación o discusión, si no racional, al menos razonable.

La política general del gobierno es relativamente sencilla. Se trata de dinamitar todo aquello que límite la apropiación de riqueza de parte de quienes tienen la capacidad de hacerlo, es decir, las corporaciones. No en vano el staff del gobierno está integrado exclusivamente por empleados de un puñado de corporaciones que hoy se reparten los cotos de caza capitalistas que emergen del rediseño social, político, económico e institucional que intenta desplegar el oficialismo.

El tono general de la actual coyuntura es el delirio extremo. Que sea delirante no la hace menos desastrosa ni minimiza la tragedia que se avecina.

Flashbang. Ayer el presidente, que, como todos sabemos, habla con sus mascotas, le responde a Viale —sin ruborizarse—, que los jubilidos son parte de uno de los grupos sociales en los que más baja es la pobreza. La charla sigue como si nada. Así funciona la discusión en los espacios mediáticos, pero también en las relaciones personales en los lugares de trabajo, escuelas, universidades, reparticiones públicas, etc.

Es decir, simplemente no es posible discutir nada. ¿No mandan alimentos a los comedores comunitarios? Y obvio, no hay plata. ¡Pero la gente se muere si no come! Sí, pero es culpa de Grabois, que se llevó la plata. Flashbang. Es tan falso que es indiscutible. Pero, aunque fuera cierto, eso no cambia el hecho de que el gobierno es responsable y, por ello, está, literalmente, dejando morir de hambre a millones de personas.

Aquí entra la ideología. Los libertarios y asociados son fanáticos tan autoconvencidos como cualquier militante del Estado Islámico. Hay que leer los artículos del ayatolá económico de Milei, von Hayek. La moral implícita en su teoría económica está clara y desvergonzadamente explicitada en otros trabajos. En un caso, explica por qué es más conveniente dejar morir de hambre a millones de africanos (si no recuerdo mal, se refería a la hambruna de Biafra) en lugar de ayudarlos. El argumento es simple. La ayuda lesiona la tasa de ganancia y la acumulación de capital por lo que en un futuro, la ayuda a los biafranos producirá un daño mayor a las muertes que producirá la hambruna si no se la evita.

El fondo de la cuestión es simple. No hay otro valor que el de cambio y la vida debe estar al servicio de él. En ese sentido, los libertarios son filosóficamente hablando, sádicos. Se conciben a sí mismo como instrumentos de una ley superior (la teoría económica de la escuela austríaca de Milei). Y el sadismo convoca legiones de subjetividades de todo tipo y experiencia (eufóricas pero como atizadas por la sensación de no tener nada que perder) que se sacrifican irrestrictamente (y aun gozando dicho sacrificio) para destrozar al que señale que el amo (la ley económica, Milei, o lo que fuere) está desnudo. La teodicea libertaria hoy es hacer vibrar la angustia del débil para demostrarle la infalible omnipotencia del fuerte.

Todo ésto sería una rareza seudo psicologica si no fuera porque es el alimento del desastre en curso. Hay una furia teológica instrumentada contra todo aquello que relativice o niegue el primado del valor de cambio. El enemigo es el maestro, el sindicalista, el trabajador organizado, las asambleas barriales, las organizaciones de base, las llamadas organizaciones sociales, los centros de estudiantes, y, en general, cualquier organización plebeya que anteponga algún valor comunitario al de cambio.

Estamos sumergidos en medio de un trance siniestro y planificado y, a la vez, totalmente improvisado y delirante. Pero, hay algo extremadamente crítico y que aún no encuentra más que descripciones y análisis lúcidos pero escasos e incipientes. Este ya no es el pais que aún permitía que un pusilánime como Alberto Fernández, tal vez hubiera podido gestionar un remix de lo que se conoció como kirchnerismo.

Aparte de las dinámicas más o menos conocidas de la acción política institucional, es evidente la ausencia de un cuerpo y/o sujeto social que pueda poner en juego la creatividad popular y permitir así a la política vital (no a la institucional) comenzar a pensar.


Es fundamental salir del aturdimiento, no ya de la derrota electoral, sino de las granadas de estupidez y crueldad con las que el oficialismo ha saturado los espacios de discusión publica. Es necesario comenzar a actuar y a reflexionar de cara a lo intolerable. Y esto no va a aparecer en la tv. Lo haran las imágenes tal vez, pero no la mirada que ya no está dispuesta a tolerar lo insoportable. Esa mirada se forja en los encuentros de cuerpos y palabras que ponen un pie fuera del plato lleno del más honesto de los sentidos comunes. Mirar lo intolerable, aun cuando esté en todas partes no equivale a verlo. Hoy en Argentina parece que la realidad no termina de hacer pie y lo intolerable, del que no se deja de hablar, todavía no se puede ver.

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