El psicoanálisis acompaña las transformaciones del sujeto en la época de estallido de género y diversidad sexual

Por Rosana Aldonate*

 

Alrededor de los doce comencé a fantasear con ser travesti,
aunque sin saber que esa revuelta que ocurría en los
campos de mi espíritu iba a llamarse de ese modo.”
Camila Sosa Villada

 

 

Las reivindicaciones que el movimiento feminista consiguió para las mujeres a lo largo de las distintas olas, en su incidencia en la civilización, en pos de la emancipación de la mujer y la igualdad entre los sexos, en la conquista de los derechos civiles, laborales, políticos, como así también lo que se dio en llamar la liberación sexual de la mujer, y en su última ola, la cuarta, una mayor conexión con el pensamiento de género, con el movimiento LGTB. Si bien el avance de la lucha de las mujeres por la igualdad de género tuvo sus importantes conquistas en el campo de lo social, del derecho, de las leyes y de la vida cotidiana, conserva aún en la época actual sus detractores, sujetos que se niegan a aceptar la presencia de las mujeres en ámbitos antiguamente reservados para varones. Ejemplo de ello son las polémicas declaraciones de Andrés “Perica” Courreges, ex Puma de la década del 80,  quien en su Facebook denostó a las mujeres que juegan rugby, cuestionando su capacidad de saber lo que implica este deporte y la vida de club. Lo que contrasta con el hecho de que en Argentina más de 6.000 mujeres juegan hoy al rugby (según nota del 10-05-21 en La Gaceta/Tucumán).

El género es una construcción social más allá de lo biológico. En los movimientos de género están representados colectivos como lesbianas, gays, transgéneros, transexuales, bisexuales (LGTB…) etc., y si bien, en el caso de los gays por ejemplo, es una lucha que viene de los ‘60, encontramos aún hoy reacciones violentas de personas heterosexuales a la idea misma de homosexualidad.

Estos dos ejemplos remiten a una cuestión fundamental abordada por el psicoanálisis,  respecto a que el establecimiento de categorías clasificatorias que incluso se multiplican en nominaciones identitarias a partir de los movimientos transgénero, da lugar a procesos de segregación, fobias, odio, racismo. En tanto que, las clasificaciones como las identidades excluyen esa alteridad radical que es el goce y que es justamente la causa del odio, del racismo, del sexismo. Y lo excluido allí no son ni las mujeres, ni los hombres, ni los trans, ni los gays, sino aquello que el psicoanálisis aborda como “lo femenino”. Que no se representa por ninguna representación. La violencia hacia las mujeres por ejemplo, aparece como un intento de domesticar el goce femenino, en este sentido el femicidio se produciría en la búsqueda de un signo de goce en el cuerpo de la mujer, más allá del deseo y por lo tanto del consentimiento.

Beatriz Preciado, convertido en Paul Preciado, escribe en su libro “Un apartamento en Urano”: “(…) acepté identificarme como transexual y “enfermo mental” para que el sistema médico-legal pudiera reconcomerme como cuerpo vivo humano. He pagado con mi cuerpo el nombre que llevo”. Esto muestra que el sujeto transgénero se siente diferente de lo que expone su cuerpo y de cómo se lo mira. Y va a transformar eso.

El movimiento queer cuestiona el binarismo sexual y la heterosexualidad normativa.

En este siglo XXI hubo una especie de estallido de género promovido por el movimiento queer LGTB, más travestis, andróginos, intersexo, etc. La teoría queer de Judith Butler modifica la idea sobre la diferencia sexual y la relación hombre/mujer. Se llega hasta el llamado género-fluido, una persona cuyo género varía en función de la situación y el tiempo que pasa.

Judith Butler afirma en su libro “Cuerpos que importan” que, si el género consiste en las significaciones sociales que asume el sexo, entonces el sexo queda desplazado y emerge el género. Seguramente esto lleva a Pillippe De Georges a afirmar que el término género deviene un significante amo, que se sustituye al significante sexo, lo que resulta solidario de la multiplicidad de elecciones y modos de goces.

No hay que confundir la identidad de género con la orientación sexual. Porque ser lesbiana, gay, bisexual o heterosexual describe a las personas en cuanto a su elección de objeto, respecto de por quienes se sienten atraídos. Mientras que el transgénero, hace referencia a sí mismo, a una identidad, lo que alguien es o cree que es.

Pero conozco a los hombres. Yo misma solía ser uno”, dice un poema de Camila Sosa Villada en el libro “La novia de Sandro”.

Las teorías de género y las teorías queer se interesaron en lecturas de autores franceses como Foucault, Derrida, Lacan entre otros.

Foucault y las teorías queer que se basan en sus desarrollos, entienden a lo sexual como estructurado a partir del Discurso. El modo en que el Poder incide en la sexualidad y  los cuerpos. El pensador británico Tim Dean -en “Lacan y la teoría queer”-  aporta que la teoría de Foucault en la “Historia de la sexualidad” está más interesada en el poder que en el sexo. El argumento foucaultiano en el tomo I de ese libro es que “contra el dispositivo de la sexualidad, el eje del contraataque no debe ser el deseo sexual, sino los cuerpos y placeres”. De allí la importancia que Foucault da al placer en el tomo II de “Historia de la sexualidad”, donde habla de la aphrodisia,  a la que define como “actos, gestos contactos que procuran cierta forma de placer” (T II. pág 43).

Y los procesos de normalización del deseo serían intentos disciplinarios de hacerlo entrar en identidades sociales y psicológicas, que serían categorías con fines disciplinarios. En ese sentido el “queer es anti-identidad”.

Tim Dean plantea que sería ingenuo imaginar al sexo como una cuestión de puro placer o autoafirmación. El psicoanálisis lo sacó de ese lugar del yo, con el concepto de inconsciente y pulsión freudiana, pulsión que es parcial y cuyo objeto le es indiferente, y en Lacan con el concepto de goce, exiliado de una identidad sexual o de un género.

Foucault ubica la hipótesis represiva como una instancia de los discursos sobre el sexo en el campo de ejercicio del poder mismo.

Podemos oponer a la hipótesis represiva de Foucault, la política de represión de la que habla Freud, la que no se trata de un poder que viene de afuera, ya que Freud no hace sociología ni culturalismo, sino de una política del síntoma como transacción, al interior del sujeto, y el tratamiento analítico mismo como una política de cierta reconciliación con lo reprimido o con ese goce en exceso del sujeto.

El psicoanálisis despatologiza al transgénero al ubicarlo del lado de una solución subjetiva, pero el sujeto trans no deja de estar sometido, como cualquier otro ser hablante, a los desarreglos del goce y de la angustia, lo que lo hace asequible a un psicoanálisis que comparte con él el saber de que ninguna identidad es una solución definitiva a lo real de la sexualidad.

 

 

*Psicoanalista. Escritora.

 

*Psicoanalista. Escritora.

También te podría gustar...

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *