La desmercantilización de uno mismo. Milei y el perfume del fascismo en flor

por Aldo Ternavasio

SINOPSIS ENTRE PARENTESIS. (Racionalidad incontestable: si votas lo mismo no esperés algo diferente. Respuesta naturalizada: el fenómeno Milei es una novedad. Problema: cómo hizo lo viejo para erotizarse (hacerse deseable) como lo nuevo. Dato inquietante: in pectore, a todos nos parece algo nuevo. Moraleja conjetural: una misma sustancia ideológica para infinitos atributos politicos).

PRIMERO HAY QUE SABER SUFRIR… La figura del hombre de la motosierra es eficaz porque no admite vacilaciones. Tiene un único referente: el asesino serial del cine slasher. Éste encarna la figura de un goce maquínico tan pulsional como el que domina al propio mercado. Luchar contra el mercado es inútil. Razonar con el hombre de la motosierra, también. Con él, Milei se autoproduce como la imagen viva del mercado elevado al rango de la verdadera naturaleza humana. Lobo de Wall Street, la película de Scorsese, muestra perfectamente la potencia ilimitada —orgiástica hasta niveles pantagruélicos—, de los agentes de la valorización financiera. Quizás American Psycho, la novela de Bret Easton Ellis sea la que despliega mejor ese perfil que articula finanzas, alto consumo y psicopatía, perfíl que se consolidó como paradigma de «operador exitoso» a partir de la era Reagan y alcanzó su climax con Clinton. De cualquier manera, la apelación a la motosierra es contundente: no admite invocar otro sistema afectivo que no sea el del psicópata asesino serial. Tal como lo muestra el cine contemporaneo a la ola conservadora que arribó con el neoliberalismo a fines de los ’70, la motosierra es, antes que nada, un instrumento moral consagrado al castigo de adolescentes sexualmente descontrolados. Milei, con todo lo que resuena en ese nombre, es un moralista, alguien que actúa en nombre de una fuerza superior, el mercado, a la que no se puede profanar.

Se puede completar ese imaginario gore con los cuerpos colgados de los dirigentes K representados por las bolsas negras en las rejas de la Rosada o la guillotina antiperonista (el terror revolucionario) de Revolución Federal. El eslabón que une la motosierra a la pistola empuñada por el aspirante a magnicida es cualquier cosa menos algo especulativo. Estas observaciones suelen ser invocadas por espíritus horrorizados por la barbarie de los votantes de Milei. En oposición a éstos, comienzo por aquí porque creo que ese estupor cívico impide pensar el ensamblaje ideológico que lo posibilitó. Este ensamblaje, no nos plantea un problema moral sin antes plantearnos uno estético. Estético al pie de la letra, es decir, un problema de percepción, de sensibilidad.

¿Cómo el núcleo duro de la derecha argentina se pudo articular con otras capas sociales de una manera tan transversal que le permitió a LLA alcanzar un contundente 56% de los votos? Comprender esa articulación no tiene nada que ver con moralizar el análisis porque no se trata de oponerle una moral mejor sino de enfrentar la máquina social que la produce. Nadie puede responsabilizarse de lo que no logra comprender. Mucho menos, exigir al otro “hacerse cargo”. La tarea crítica, por tanto, es dilucidar el funcionamiento de ésta máquina. Pero no en el otro, sino en uno mismo: encontrar los afectos que nos parecen inimputables, porque la máquina utiliza lo justo para ensamblar lo injusto, las pasiones alegres para componer las tristes. Y es necesario partir del siguiente axioma: tal máquina funciona para todos por igual a pesar de que no todos lidiamos con ella de la misma manera. Debemos partir de lo que nos parece justo para todos: vivir bien. ¿Qué es lo que nuestra época nos pide por igual a todos para alcanzar la imagen del buen vivir que ella nos impone como causa de nuestros deseos? Por de pronto algo parece evidente. Si no todos podemos vivir bien, si solo unos pocos pueden hacerlo, al menos podemos gozar con el hombre de la motosierra y depositar la última esperanza en él. Como en las películas de Tarantino, las víctimas convierten a los victimarios en sus propias víctimas. Milei postula a la (llamada por él) «casta» política como los culpables que exoneran al mercado y al capitalismo realmente existente. Si el dolor infringido por la motosierra recae sobre el pueblo es porque éste se permitió creer en falsos profetas. «Es la primera vez, afirma Milei, que gana alguien que dice que va a hacer ajuste. No lo va a pagar la gente de bien, lo va a pagar la política, la casta, los empresarios prebendarios, los medios corruptos y los profesionales que dependen de los políticos». Los buenos serán salvados, pero ¿quiénes son? En esta melange de improvisación política, mesianismo, aventurerismo, delirios y dogmatismo desmesurado, todos somos culpables.

DESPUÉS AMAR… Milei, por sus propios medios, reproduce el carisma de Menem. Si el riojano era el plebeyo vivo que llegó a ser ganador sin sentirse mejor que nadie y sin investirse de los atributos de la ‘gente bien’, el presidente electo es el egoísta impresentable pero que denuncia la hipocresía de los que manipulan las reglas de juego. Milei, al hacer su denuncia (falsa), habilita a los demás a odiar todo lo que se presenta como un obstáculo frente a realización de las fantasías de satisfacción de cada uno. Para emocionarse tanto con Menem como con Milei solo es necesario sentirse portador de las marcas que la corrección social desprecia, menosprecia o simplemente, ignora. Cuando a fines de los noventa la aristocrática precandidata a presidente Fernández Mejide describió a Menem como “plebeyo” expuso la libido clasista que se jugaba en el carisma/rechazo de Menem. Milei, si se quiere, fue tratado como el plebeyo del saber, el payasesco terraplanista que frente a la racionalidad política estatal no necesitó como argumento nada más que una motosierra y la palabra casta.

No obstante, Milei aún es una utopía. Habrá que ver qué ocurre cuando la realidad del ejercicio del poder político lo comience a humanizar. Mientras tanto, si algo ya está claro, es que para el líder cuasi rabínico de LLA, el mercado es el otro. Antes y por encima de cualquier otra responsabilidad, lo que nos liga a los demás es la ley de la oferta y la demanda. Milei es su intérprete y vigía, pero por sobre todo, su gran performer. “Mejores bienes y servicios a mejores precios” es lo único que se le debe al otro y es lo único que el otro puede demandar. Demandar, no reclamar. Quizás el principal señuelo que le permitió al menemismo desplegar su política fue su desembozada corrupción. Si el problema de Argentina era ese, entonces, quedaba lugar para un neoliberalismo honrado. He ahí de la Rua y Chacho Álvarez, quién fue un actor fundamental en el retorno de Cavallo que, a su vez, retorna ahora apoyando a quien lo idolatra, el presidente electo. Uno puede sentir todo el desprecio que quiera hacia la dirigencia política argentina, uno puede ahorrarse todos los matices que quiera con ese desprecio, pero afirmar que la intolerable realidad del país se debe a la condición de ‘casta’ de la dirigencia no sólo constituye un idealismo ilusorio sino que nos empantana en una situación de la que, de ser cierta, sólo se saldría con motosierra. Sin embargo, hoy parece que no se puede hacer ningún análisis de la situación argentina prescindiendo de la palabra casta. Sin dudas, hay algo singular en la inflación argentina, pero atribuirla al hecho de que la casta es casta supone mantener en las sombras a los beneficiarios del imparable empobrecimiento del pueblo. Con o sin casta, parece evidentemente que Argentina está hace cinco décadas en un dramático proceso de rediseño socioeconómico. ¿No es la clase media lo que el mercado pide a la motosierra? Por supuesto, la pregunta es retórica.

DESPUÉS PARTIR… Massa, que hasta hace un par de semanas estaba dispuesto a poner todo de sí para derrotar a la derecha, ya anunció que tiene tres ofertas del “sector privado” en el exterior. Alberto Fernández parte a España. Se puede leer ahí el fracaso de la apuesta de Cristina de gobernar sobre la base de una alianza entre el PJ porteño (verdadera entelequia de estudios televisivos) y el bonaerense (y por su intermedio, el nacional). Leer no equivale a atribuir. Alberto finaliza su mandato jactándose de ser el único del FdT que terminó enfrentado a Cristina, que, sea como sea, sigue siendo el auténtico nombre maldito para el verdadero poder económico argentino. No hay que pasar por alto el rol que cumplieron los gobernadores de UxP en la imposición de la candidatura de Massa. En Tucumán, Jaldo ya comenzó su propio plan motosierra. Señalo ésto porque tengo la impresión de que no disponemos de diagnósticos realistas respecto, por un lado, al PJ realmente existente, y, por otro, al ensamblaje ideológico que articuló la mayoría de Milei. “Kirchnerismo”, como nombre de una clave interpretativa, es otro señuelo. Así como la inflación es multicausal (todo lo es), lo que llamamos kirchnerismo es algo multidimensional. La palabra kirchnerismo, como uno de los nombres de una experiencia tenida como homogénea no explica nada. ¿Cuál es realmente la parte maldita del kirchnerismo? La pregunta no es retórica. Tal vez ese nombre impidió elaborar ese ‘pensamiento en acto’ de un pueblo dejando escapar su parte maldita y, con ella, aquellas posibilidades que no se dejaban abordar bajo las coordenadas de un peronismo extemporáneo.

Y AL FIN, ANDAR SIN PENSAMIENTO… Combatir al capital, como lo afirma la marcha peronista, no equivale per se a combatir al capitalismo. Si había dudas al respecto, Cristina las despejó. Sea como sea, el kirchnerismo fue un intento de combatir al Capital (no al capitalismo) en favor de reformas que beneficiaran al Trabajo dentro del marco dominado por el capitalismo financiero contemporáneo. A esto se lo llamó puja distributiva. La edad dorada del superávit gemelo de Néstor Kirchner tiene como telón de fondo, primero, el progresivo derrumbe deflacionario, la confiscación de los ahorros, la hiperreseción con la correspondiente hiperdesocupación del 2001 y luego, con la salida de la convertibilidad de Duhalde, la licuación de los salarios que aún no estaban licuados. ¿Qué es lo que, al menos en los hechos, se verifica como una constante, con sus altibajos, desde la dictadura hasta aquí? La progresiva desaparición del país de clase media. Desde la perspectiva neoliberal —que es la del mercado en todos sus automatismos estructurales—, quiere decir esto: o no todos mantienen sus niveles de consumo o casi todos se someten a la inflamación. Las tasas de ganancia que el mercado demanda para el capital concentrado no son compatibles con la protección mínima de la vida por medio de la educación y la salud pública y el trabajo sindicalizado. La realización subjetiva por medio del consumo lleva implícita estas condiciones. Son su letra chica. Tanto en el country como en la villa ronda el mismo espectro del éxito. Entonces, ¿qué figura del bienestar humano, en medio de la catástrofe ambiental, climática y antropológica, somos capaces de forjar para enfrentar ya no sólo al Capital sino también al Capitalismo? Es la pregunta imposible de nuestro tiempo.

Nota del autor: La imagen es el modelo de Milei impreso en 3D que por 400 pesos se puede descargar para imprimir del sitio Cults 3D. https://cults3d.com/es/modelo-3d/arte/javier-milei-motosierra-lucas1991

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