Ritornello
por Aldo Ternavasio
Universidades suspenden cursos sobre escritores rusos, despiden directores de orquesta rusos, cancelan exhibiciones de películas rusas, artistas visuales piden que se margine a artistas rusos. Si la guerra fuese con China —si es que en el fondo no lo es—, todo sería más fácil. ¿Qué compositor, cineasta o escritor chino tiene el prestigio de Tchaikovsky, Tarkovsky o Dostoievski? Y si lo tuviera, seguramente no habría sido tan relevante para la formación de la autopercepción europea. ¿Se la cancelaría a los hipervirtuosos pianistas Yuja Wang o Lang Lang? Posiblemente. No obstante, son intérpretes de música clásica europea. Geniales, sin dudas, pero formados por la cultura europea.
Que un país invadido por otro pida tal cancelación es totalmente comprensible. Que el resto de Europa lo haga, se lo podría entender. Pero resulta evidente que para los propietarios de la franquicia de la civilización hay algo nuevo en ésto. Lo que parece estar en juego es, también, que la cultura rusa funciona ahora como un espejo difícil de mirar. Hemos ingresado a una era en la que todo indica que las hegemonias comenzaron a ser postoccidentales. Algo que no ocurrió nunca en los últimos 500 años.
Hasta el bloque socialista de la guerra fría se reivindicaba marxista, es decir, alumbrado por el genio alemán. No digo que el dominio de la conciencia occidental no siga controlada por los mismos dispositivos de siempre. Simplemente, ya no dominan el resto del mundo. En este contexto, lo ruso resulta particularmente incómodo para los europeos occidentales. Los rusos ¿Son europeos? Y de no serlo, qué son. En cualquier caso, son un fantasma: el doble siniestro que ahora ronda la Unión.
La necesidad de eliminar cualquier actividad que tenga que ver con algún artista ruso es muy reveladora. Se trata, para los europeos, de eliminar aquello de sí mismos que perciben como ajeno a ellos: cierto goce ruso, por decirlo de alguna manera. Alexander Nevsky (Prokofiev) para el Imperio Sueco, la Obertura 1812 (Tchaikovsky), para los franceses o la Sinfonía n° 7, Leningrado (Shostakovich), para los alemanes. Es un placer tan íntimo e intensamente europeo que se torna intolerable cuando expone una verdad odiosa: lo que los mismos europeos son y no quieren saber que son. Así, el abyecto autócrata ruso no es más que lo que Europa fue y es para el resto del mundo y para sí misma.
Rusia, para los europeos, ahora encarna ese núcleo interior, la parte expulsada del sí mismo que no pueden dejar de rechazar sin colapsar. Por tanto, ven en ‘lo ruso’ el extraño interior que los define en sus aspectos más radicalmente abominables. Para usar la celebre frase de Von Clausewitz, el gran teórico prusiano de la guerra moderna, en medio de la ‘Nebel des Krieges’, en medio de la ‘niebla de guerra’ nadie sabe quién es quién. Y esto vale por partida doble para Europa. En guerra (indirecta por ahora) con Rusia y en guerra con ellos mismos. Porque en el Fondo, es una misma guerra en la que se libran todas las batallas del capitalismo. La guerra de los que dominan contra los que no quieren dominación. Hoy, Putin hace pagar con sangre al pueblo ucraniano las cuentas pendientes de la civilización occidental.
Foto: Escultura de la Madre Patria, Museo de la Gran Guerra Patriótica (de la URSS contra los nazis), Kiev