UNA LUZ LENTA ESPERA EN LA NOCHE. Bill Viola (1951-2024)
por Aldo Ternavasio
Hace unas horas, mientras escuchaba por azar una canción que se llama I Will Follow You Into The Dark, de Death Cab for Cutie ví —también por el azaroso designio de los algoritmos—, un posteo de Paz Encina en memoria de Bill Viola, uno de los gigantes del videorte de los últimos 50 años. Viola acababa de fallecer. Creo que no exagero si digo que, cuando conocimos su obra, varias generaciones de videoartistas descubrimos que la percepción y el pensamiento sonorovisual eran algo diferente de lo que creíamos hasta ese momento. The passing, tal vez su trabajo más famoso pero, sospecho, que a esta altura no el más visto, fue como un destello catódico que nos reveló otras alianzas posibles con lo que existe en la oscuridad.
La noticia me impactó porque Viola marcó mi paso por las artes audiovisuales. Con él entendimos que podíamos ser videortistas en un sentido muy específico. El video, la óptica, la electrificación de la imagen y la tecnología no sólo suponían nuevos medios de representación, de control o de entretenimiento, sino también, nuevas potencias con las que resistir, reinventar y expandir la alianza entre el arte, lo humano y la realidad. Esto podría decirse de mucho del videoarte de la época. No obstante, la obra de Viola tenía una vitalidad respecto a la manera de relacionarse con lo no humano que la distinguía del ‘paisaje mediático’ predominante. Eso lo cambiaba todo. Al menos, para mí. Pero, también, me impactó la noticia de su muerte porque hacía mucho que lo tenía fuera del radar y porque Viola es de esos artistas que son tan importantes para uno que siempre parecen más grandes que la vida.
La sorpresa silenció mis pensamientos y por unos instantes sólo pude escuchar la canción. I Will Follow You Into The Dark. Lo primero que pensé, cuando volví a pensar, es que no hay mayor montajista que el caótico azar de la realidad. Esa idea rompió mi breve silencio mental. Si a alguien se le podría atribuir esa frase, ese ritornello cantado por Ben Gibbard es a Viola y a su obra. O, mejor dicho, a nosotros como espectadores de sus umbrales videográficos.
Sus videos e instalaciones son pasajes electrónicos que nos llevan a decir I Will Follow You Into The Dark. Sea quien sea o sea lo que sea lo que designe ese You. Por qué. Aquí es en lo que Viola siguió un camino único. Porque el arte del video, en el universo de Viola, es la forma de penetrar con la percepción más allá de lo percibible. Literalmente. Por supuesto, estoy tentado de decir, también metafóricamente. Pero sería injusto. Para Viola, la materia audiovisual, la duración, los cuerpos y los espacios son, ante todo experiencias vitales. Incluso experiencias vitales de la muerte. Puede parecer paradójico pero, justamente, no lo es. El arte contemporáneo y la industria cultural están llenas de imágenes de muertes. Sin embargo, nuestra cultura es cada vez más incapaz de mantener la muerte dentro del mundo de la vida.
A Viola le debemos uno de los esfuerzos más bellos y conmovedores del arte contemporáneo destinado a restituir la muerte a la vida, a devolverla a la cultura y a hacer de las imágenes tecnológicas una nueva potencia: la agencia de una ritualidad no deista (a pesar de las referencias a imágenes religiosas) que las libera del yugo del capital para reconectarlas con los fines de la vida.
La vida es duración y esa es la materia de la obra de Viola. Es memoria, es herencia, es retorno, pero, ante todo, pasaje. Lo que dura se transforma. Eso es durar. La duración está llena de transiciones. Transiciones entre los vivos y los muertos, entre los animales y los humanos, entre el paisaje y el cuerpo, entre el pasado y el presente, entre la imaginación y el futuro, entre lo orgánico y lo inorgánico. Entre la luz y la oscuridad. La imagen electrónica, gracias a Viola, recuerda vidas pasadas del arte, recuerda su caverna de los sueños olvidados. Recuerda también la historia de la pintura como una historia de las miradas extraviadas en el tiempo. Abre pasajes entre la memoria y lo inmemorial para recordarnos que las potencias del arte son anteriores a la cultura y que persistirán después de ella. La obra de Viola nos permite experimentar esa parcela de duración que nos toca. Y en ese toque, lo fugaz y lo infinito deponen sus diferencias en favor de una belleza difícil de relegar a la indolente docilidad de lo visual que hoy nos rodea y nos acecha.