Sin peros
Por Aldo Ternavasio*
Son momentos en los que la palabra ‘pero’ es peligrosa. Se nos advierte: sin peros. La realidad es tan atroz que, en cierto sentido, se nos exige que renunciemos a verla. No hay nada que ver más allá de lo que está frente a nuestros ojos. Pero —esa palabra de nuevo— no hay mirada sin encuadre. Ver algo, por definición, siempre exige ocultar otra cosa. Por eso, lo evidente nunca es ‘la realidad’. Gran enseñanza del cine. De cierto cine.
Mirar es hacer lugar, por otros medios, a aquello que ocultamos para poder ver. Ver algo, nunca todo. Ni siquiera mucho. Lo que cuenta son esos ‘otros medios’. Son los del pensamiento (pensar es lo que en cierto cine se llama montar). Miramos porque pensamos. Pensamos porque miramos. Dos caras —si se me permite la imagen— del mismo rostro. De la misma voz, de las mismas palabras, de las mismas historias…
Cuando no podemos pensar, dejamos de mirar (y escuchar) y quedamos expuestos a repetir con nuestros actos esa evidencia frente a la que necesitamos reaccionar. Pensar no es un acto ni ‘intelectual’ ni ‘privilegiado’. Lo hace cualquiera. Es más una predisposición del cuerpo que de la mente abstracta. Pensar es, simplemente, detener y desviar una reacción respecto de la acción que la causa. No digo que sea fácil, pero depende más de una potencia que tendemos a llamarla ‘humana’ que del saber erudito o del cálculo estratégico.
Los peros importan. Están por todos lados. Pero son peligrosos.
Son peligrosos, sí, pero su ausencia deshumaniza, y —lo sabemos muy bien—, a partir de ahí, se puede matar sin cometer homicidio. Cuando el autómata asesino se pone en marcha no se detiene sin cobrar su impagable cuota de atrocidad. También sabemos eso.
Se me podrá repudiar argumentando, con razón, que si me doy el lujo de los ‘peros’ es debido a que yo no tengo ningún ser querido secuestrado en Gaza ni son mis hijos los niños muertos, ni mis amigos los ejecutados en una rave. Es verdad. A medias, pero es verdad. No obstante, no es lo que importa. No importa lo que piense yo, espectador impávido frente a un horror más o menos distante, pero también, por eso, más o menos próximo. Lo que importa es lo que podemos aprender de algunos de los involucrados. Y esa enseñanza, no sé por qué, siempre está frente a nuestras narices, pero nunca es evidente. Hay que mirar, rascar con el pensamiento el fondo de las imágenes que vemos porque son las que nos llegan.
La enseñanza. La enseñanza viene de gente que admiro y que me conmueve. Viene de ese pueblo judío, israelí y no israelí, que frente a tan brutal golpe no deja de luchar contra el fascismo que gobierna su país hace décadas, contra la sinrazón de la limpieza étnica (que funda este Estado y todos los Estados) y, sobre todo que, frente a semejantes desafíos a la entereza, no ha perdido aún el reflejo humano de conmoverse frente a las atrocidades padecidas por palestinos inermes. (Ven, para ver con admiración al periodista israelí Gideon Levy, de Haaretz, o al gran documentalista Avi Mogravi o a Amos Oz ¿a cuántos héroes palestinos de la misma talla he tenido que ocultar?)
Por mi parte, haciendo memoria, podría simplemente condenar el terror sionista del Irgum de Menahen Begin, por ejemplo. ¡Pero… están los pogrom (el de Hebrón en 1922 o el que acaba de cometer Hamas) y la Shoa (el exterminio de millones de judíos europeos por parte de los nazis y la indiferencia occidental)! Nada aquí es sin peros.
Hamas se ensañó brutalmente con el sector de la sociedad israelí quizás más sensible a la situación de los palestinos y más comprometidos con la solución de los dos Estados (que es lo que ordena la famosa resolución 181 de la ONU que Israel y sus aliados puntillosamente impiden que se cumpla, igual que con la 194 —retorno a sus tierras de los refugiados palestinos— o las 242 y 252 —retiro de Jerusalén y de la ocupación militar de 1967/68).
Hamas, creo yo, apuesta a desestabilizar la región hasta que del caos surja una nueva relación de fuerza que lo favorezca. Inmolar al pueblo palestino para forzar la desintegración de Israel. Apuesta tan sangrienta como absurda. Solo el horror extremo puede salir de ahí.
La extrema derecha israelí apuesta a impedir un Estado palestino y, mediante matanzas selectivas pero cotidianas, humillaciones y desposesiones de todo tipo, busca concretar una limpieza étnica que permita un gran Estado judío en todo el occidente del río Jordán. Ambas estrategias se necesitan. Los resultados, a pesar de los peros, estallan frente a nuestros ojos. Todo indica que lo peor, tal vez, recién está por comenzar. Cuando tratamos de posicionarnos frente a esto, tenemos que lidiar con historias tan lacerantes como éstas. Sin peros, el laberinto no tiene salida.
*Docente de la Escuela de Cine, UNT. Lic. en Artes, ensayista.
Nota del autor: La imagen es de mayo de este año. Más de 230 000 personas movilizadas en Tel Aviv en la 21ª semana de protestas contra Netanyahu.