Guerra y moneda
«La afirmación constantemente citada de que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo” es falsa o irresponsable, señal de la ignorancia de las “leyes” que rigen su desarrollo. La máquina Estado-capital no está destinada al colapso, sino que nos conduce, tarde o temprano, a una situación límite, la guerra.» Así analiza el pensador italiano Maurizio Lazzarato el contexto de cambios globales y la guerra en Ucrania, trazando una genealogía exhaustiva que tiene su origen en las entrañas del régimen capitalista y el hegemón estadounidense. Anticipación de su nuevo libro, Guerra y moneda. Imperialismo del dólar, neoliberalismo, ruptura revolucionaria.
Por Maurizio Lazzarato*
La guerra (y todas sus variantes, guerra de clases, guerra racial, guerra de género, guerra neocolonial, etcétera) es el régimen de verdad del capitalismo.
El capitalismo no puede identificarse en ningún caso con el neoliberalismo. El enorme error de confundir ambos fue cometido por primera vez por Michel Foucault, creando una catastrófica confusión teórica y política en el pensamiento crítico, que no ha hecho sino agravarse con el paso del tiempo. El capitalismo prescindió de la gubernamentalidad neoliberal, como lo había hecho un siglo antes con el liberalismo clásico, en cuyo puesto colocó, para defender los intereses de las clases terratenientes, los populismos, los nuevos fascismos, las guerras civiles y, en última instancia, la guerra.
Desde finales del siglo XIX, el capitalismo se ha convertido en imperialismo. Otra categoría problemática, rechazada por Negri y Hardt, o ignorada por Deleuze y Foucault. No se trata del mismo imperialismo de Lenin o Rosa Luxemburgo, porque ya no es territorial, sino monetario y financiero. Es un imperialismo aún más sofisticado y depredador, un imperialismo que, después de otros, defino como imperialismo del dólar, en el cual el beneficio y la renta tienden a confundirse. Su acción no se limita a lo que Marx llama el capital, sino que integra en la misma máquina de guerra al Estado, tanto en sus funciones político-administrativas como militares.
De las cuatro características principales del concepto de imperialismo teorizado por Lenin, que encontramos muy acentuadas en el capitalismo contemporáneo —financiarización, colonización, monopolios y guerra—, esta última nos parece la más significativa, porque constituye una novedad que El capital de Marx no integró como condición indispensable de la acumulación capitalista. El imperialismo es, en extrema síntesis, moneda y guerra.
Cuando se dice que la economía ha devorado lo político, que las finanzas dictan las condiciones a la política, se está diciendo algo absolutamente falso, porque la constitución del imperialismo ha cambiado radicalmente tanto la economía como la política. Dicho más precisamente, el capital y el sistema político estatal (incluida la burocracia administrativa y militar) se complementan, constituyendo una máquina que, sin embargo, no anula completamente sus especificidades. Funcionan juntos y de forma complementaria.
“El imperialismo se constituye en la encrucijada de una triple centralización del poder en muy pocas manos: centralización económica, centralización política y centralización militar.”
El déficit comercial estadounidense inaugura no sólo la hegemonía del dólar, sino también una economía de la deuda que dota de fundamento al modelo de acumulación de la globalización: la colosal deuda estadounidense asegura la salida de las mercancías chinas, mientras los chinos reinvierten las astronómicas sumas de dólares acumuladas en la financiación de la propia deuda (e invierten en los sectores financiero e inmobiliario). Este sistema está en cuestión en la guerra, porque si, a corto plazo, salvaguarda la hegemonía estadounidense y el “American way of life”, a largo plazo fortalece económica y políticamente al Sur global, que, por el contrario, debe subordinarse radicalmente al dólar. Al atacar esta complementariedad, Estados Unidos condena la mundialización, cuyas cadenas de valor y sus intercambios serán a partir de ahora políticos y se efectuarán entre «aliados».
«El capitalismo siempre ha establecido una jerarquía precisa: la gubernamentalidad está subordinada a las políticas de acumulación infinita de beneficios y a la acumulación infinita de poder.»
Los principios y las reglas del imperialismo del dólar son diferentes, incluso contrarios, a los principios y reglas del neoliberalismo. El imperialismo se constituye en la encrucijada de una triple centralización del poder en muy pocas manos: centralización económica (monopolios y oligopolios industriales, pero sobre todo monopolio de la moneda), centralización política (el poder ejecutivo se coloca por encima del poder legislativo) y centralización militar (un ejército profesional). Conjuntamente esta triple centralización elimina o reduce a fenómenos insignificantes el mercado, la competencia y la libre empresa, alfa y omega del neoliberalismo. Estas tres centralizaciones no son obra de automatismo alguno, sino consecuencia de estrategias. El automatismo del mercado y la fuerza de la competencia, que deberían garantizar el equilibrio y evitar la guerra, son sustituidos por las estrategias de los grandes grupos, de las multinacionales y de los fondos de pensiones, pero, sobre todo, por las estrategias de los grandes Estados, que integran la economía, la política y la acción militar, lo cual impone relaciones de fuerza, que combinan la guerra económica, la guerra tecnológica, la guerra monetaria y finalmente el enfrentamiento armado. Esta “competencia” no tiene nada que ver con la economía, sino en realidad con la rivalidad existente entre grandes potencias económico-políticas, la cual ciertamente no está regulada por el mercado, sino por las relaciones de fuerza y por la guerra (las guerras).
El neoliberalismo no es el nombre de sus propias políticas. El capitalismo siempre ha establecido una jerarquía precisa: la gubernamentalidad está subordinada a las políticas de acumulación infinita de beneficios y a la acumulación infinita de poder. La financiarización, las privatizaciones, la congelación salarial, la precarización de la fuerza de trabajo, el neocolonialismo, la transformación de las políticas sociales, que dejan de ser políticas «redistributivas» para convertirse en fuentes de financiación de las empresas y los ricos, la prolongación de la edad de jubilación, el racismo, el sexismo, etcétera, son políticas imperialistas y del imperialismo, que el neoliberalismo sólo administra durante un corto período de tiempo. Constituyen las condiciones para la captura por parte del dólar de la moneda de crédito y de las finanzas del valor producido a escala mundial. El neoliberalismo se limita a gobernar los “intereses” del imperialismo financiero-monetario estadounidense. Este último, como todos los vencedores, debe hacer olvidar sus orígenes, que hunden sus raíces en los abusos, las masacres, la explotación, el racismo y el sexismo, es decir, en las guerras. O, mejor, debe borrarlos y mostrarse como naturaleza. Al mismo tiempo, debe neutralizar todo conflicto que amenace la naturalización de estas políticas imperialistas. ¡Esta fue la primera tarea de la “gubernamentalidad”! Y también ha sido su mayor fracaso. La eliminación de la lucha de clases, del conflicto, de la confrontación, ha estallado en una guerra abierta entre Estados y en guerras civiles rampantes. Ha funcionado únicamente durante un momento del ciclo de acumulación, durante su fase ascendente. El neoliberalismo ha sido abandonado, cuando el capitalismo/imperialismo ha sentido la necesidad de acentuar de nuevo las mencionadas centralizaciones económica, política y militar para prepararse para la guerra y para las guerras civiles, que no tienen la concentración explosiva del siglo XX, porque los instrumentos económicos para aplazar la confrontación son mucho más sofisticados, pero sobre todo porque no existe un enemigo ni remotamente comparable al peligro rojo y bolchevique. Los movimientos contemporáneos no amenazan en absoluto la existencia de la máquina capitalista.
La guerra desmiente, sin posibilidad de apelación, tanto a los partidarios de la identidad de neoliberalismo y capitalismo, como a los críticos del concepto de imperialismo.
La guerra actual, por lo tanto, no es una guerra local, sino un enfrentamiento entre imperialismos por el nuevo reparto del poder en el mercado mundial: hay un imperialismo global, el estadounidense, un imperialismo regional (Rusia) y un imperialismo, que todavía no tiene una dimensión mundial (China). Lo que le falta a esta última, incluso antes que un gran ejército, y ello en opinión de los propios chinos, es una moneda que funcione tanto a escala nacional como en el comercio internacional. Es una de las principales razones por las que el ascenso de la hegemonía china a expensas de la estadounidense, pronosticado por Giovanni Arrighi, no parece tener visos de realidad a corto o medio plazo. También es una de las razones por las que la guerra abre un periodo de inestabilidad, imprevisibilidad y caos, que probablemente durará mucho tiempo.
«Giorgia Meloni, ha dicho la verdad sobre la Europa que Estados Unidos está preparando con la guerra: Polonia «constituye el confín moral y material de Occidente».
La principal causa de la guerra es el debilitamiento progresivo de las economías occidentales (del 80 % de la producción mundial al 40 %) y de sus monopolios tecnológicos y científicos que, de ser absolutos, pasan a ser relativos (1). La única gran supremacía de Occidente, que se autodenomina “comunidad internacional” aunque sólo comprenda un tercio de la población mundial, es la militar y la producción armamentística. La exportación de los valores occidentales, en primer lugar, la democracia, se ha estrellado contra el gran Sur, porque representa la imposición de los intereses imperialistas, mientras que el sistema democrático y el Estado de derecho están en rápido declive incluso en el Norte. Pero el corazón del enfrentamiento actual es el sistema monetario y financiero construido sobre el dólar. Liberarse de la dependencia del dólar y del sistema financiero global controlado por Estados Unidos es la razón fundamental del deseo de construir regímenes monetarios y financieros (regionales) capaces de sustraerse de la captura de la moneda estadounidense. Todo intento y todo proyecto acometido en esta dirección constituyen una declaración de guerra a Estados Unidos, porque ambos debilitan el mecanismo que garantiza su hegemonía y ponen en peligro el “modo de vida” estadounidense, cuyo colosal despilfarro paga el resto del mundo. A través del dólar y del sistema financiero, Estados Unidos efectúa una nueva forma de colonización a la cual también se hallan sometidos sus aliados (Europa, Japón, Inglaterra, etcétera).
«La voluntad de arreglar cuentas con China tras ocuparse primero de Rusia está expresada desde hace años en todos los documentos estratégicos estadounidenses con una intensidad ascendente.»
Europa, como dócil colonia estadounidense, también está en guerra contra Rusia (30 millardos gastados en las armas suministradas a Ucrania, frente a los 90 millardos de Estados Unidos). Pero sobre todo está en guerra contra sí misma, porque está al servicio de los intereses estadounidenses, cuyo objetivo, entre otros, es reducir la economía europea (y, por consiguiente, la alemana) a la condición de la economía japonesa (estancamiento permanente). Políticamente, Europa ha sustituido el eje franco-alemán por el eje estadounidense-británico-europeo oriental, que tiene a Polonia en su centro. La primera ministra italiana, la neofascista Giorgia Meloni, ha dicho la verdad sobre la Europa que Estados Unidos está preparando con la guerra: Polonia —el país situado más a la derecha, más reaccionario, más sexista, más homófobo, más familiarista, más antieuropeo— “constituye el confín moral y material de Occidente”. El Estado polaco guía la constitución de la Europa de las naciones impuesta por los estadounidenses, ante la mirada atónita de Alemania y Francia, mientras el gobierno neofascista italiano se alinea con sus hermanos de Europa oriental bajo la cobertura de la “guerra de la democracia contra la autocracia”. Los pueblos europeos reaccionan a la guerra que tiene lugar en su propia casa con indiferencia, exactamente igual a como sucede con la totalidad de las guerras libradas por los occidentales en el Sur.
El régimen político del imperialismo del dólar, de la economía de la renta y de la financiarización no es la democracia, sino la oligarquía. Las tres oligarquías que dominan la economía y la política estadounidenses (el 50 % de los “representantes” del pueblo son millonarios o multimillonarios) son las grandes vencedoras de la guerra actual. La oligarquía extractiva, tras haber logrado el sabotaje del Nord Stream 2, obtiene beneficios récord de la crisis energética desencadenada por la guerra. Ahora está claro que la voladura del gaseoducto fue obra de los estadounidenses, una vez que el presidente Biden y el Senado declararan en 2021 que “no debía hacerse”. Merkel, mucho antes de la guerra, había comprado gas licuado a Estados Unidos, aun sin disponer de la tecnología para hacerlo utilizable, con el fin de intentar detener a los estadounidenses. Lo había hecho sin éxito, porque la voluntad de arreglar cuentas con China tras ocuparse primero de Rusia está expresada desde hace años en todos los documentos estratégicos estadounidenses con una intensidad ascendente (Obama, Trump, Biden). La oligarquía armamentística roza las estrellas, porque su producción (al límite de su capacidad productiva) impulsa el crecimiento estadounidense, demostrando, si hiciera falta, la identidad de producción y destrucción. La oligarquía financiera, rescatada por la intervención pública inmediatamente después de 2008, se está enriqueciendo más que nunca. Los “ingenuos” que creen que Occidente lucha por salvar la democracia de la oligarquía están ciegos y sordos. Constituyen el grupo ideal para el desastre que se está gestando (2).
¿Por qué la revolución? El límite del poder soberano no es la economía política (Foucault), del mismo modo que el límite del capitalismo no es la esquizofrenia (la aceleración descodificadora de Deleuze y Guattari). La “economía” no establece en modo alguno un límite, sino que es desequilibrio, crisis, concentración desproporcionada de la riqueza, producción de polarizaciones crecientes entre Norte y Sur, entre clases sociales, entre Estados. Junto con el poder soberano, que amplifica tanto los desequilibrios como las polarizaciones, conducen a la guerra. Incluso la aceleración de la dominación del capitalismo no conduce a su superación, sino que crea las condiciones para la guerra.
«Si bien los Estados son conscientes de lo que está en juego en la guerra, los movimientos parecen haber sido lanzados a ella sin darse cuenta de que la situación política ha cambiado radicalmente.»
Si bien los Estados son conscientes de lo que está en juego en la guerra, los movimientos parecen haber sido lanzados a ella sin darse cuenta de que la situación política ha cambiado radicalmente
Los dos únicos límites reales del capitalismo son la guerra y la revolución, no conocemos otros. Decir que la guerra limita la máquina del poder-beneficio (Estado-capital) es incorrecto, porque ella es, en realidad, su resultado. En todo caso, la guerra bloquea el desarrollo y abre una fase de profunda y prolongada incertidumbre. Sólo la revolución consiguió limitar el capitalismo/imperialismo durante un corto periodo de tiempo, neutralizando su mayor arma, las finanzas (la «eutanasia del rentista») y permitiendo al mismo tiempo no sólo la conquista del poder en muchas colonias del Sur global por las fuerzas populares, sino también la conquista de derechos sociales, económicos y políticos para todos, aunque de forma diferenciada. Desaparecida la revolución, se han evaporado los salarios, los ingresos y las conquistas sociales y políticas. Tras cincuenta años de contrarrevolución hemos vuelto a la época anterior a la revolución soviética, en realidad a una situación peor, porque durante los siglos XIX y XX las derrotas políticas no iban acompañadas de derrotas económicas, mientras que hoy sufrimos ambas simultáneamente.
El imperialismo del dólar no sólo está en el origen de la crisis financiera de 2008, que ha abierto la fase de confrontación armada entre imperialismos y las guerras civiles más o menos rampantes (Estados Unidos, Brasil, Perú), sino también de los levantamientos e insurrecciones abiertas que han estallado desde 2011, especialmente en el Sur global. La desaparición política y teórica de la revolución pone a estos movimientos de ruptura en serias dificultades, porque la crítica de su forma socialista no ha producido nada similar en términos de eficacia y capacidad para establecer relaciones de poder favorables a los oprimidos. Si bien los Estados son conscientes de lo que está en juego en la guerra, los movimientos parecen haber sido lanzados a ella sin darse cuenta de que la situación política ha cambiado radicalmente. Parecen querer continuar las políticas de los “tiempos de paz”, cuando en realidad la guerra reduce o anula los espacios políticos que las hacían posibles.
Las revoluciones del siglo XX siempre han estado asociadas a la guerra, porque el capitalismo, al llevar al límite su mundialización y no conseguir realizarla, abre brechas en su capacidad de control y reproducción del sistema. El tiempo continuo y lineal del desarrollo se ha agotado y ahora entramos en un tiempo que se ha salido de sus goznes, un tiempo abierto, imprevisible, donde está en juego el “hundimiento” del capitalismo y el futuro del mundo.
Las revueltas y las insurrecciones plantean el problema de la revolución en nuevas condiciones. Su desvanecimiento y al mismo tiempo su urgente necesidad plantea el problema de redescubrir una continuidad perdida entre emancipación (prácticas de libertad, cuidado, producción de subjetividad, relación con uno mismo) y cambio económico-político radical. También nos obliga a cuestionar la separación entre “revuelta” y “revolución” y la discontinuidad producida después de 1968 entre el saber de la emancipación y el saber de la revolución.
El imperialismo del dólar puede funcionar como matriz analítica tanto de la moneda como del poder. La declaración de la inconvertibilidad del dólar en oro hizo de la moneda estadounidense un arma política, cuyos fundamentos radican no en la economía, sino en la máquina del Estado-capital del imperialismo. Apunta directamente a la aparición de la moneda como “moneda de crédito” para regular el pago de impuestos al poder político y religioso en Mesopotamia, durante el Neolítico, hace cinco mil años. La moneda de crédito no surge al final del proceso de intercambio primero y de producción después (Marx), sino que los precede. El imperialismo también puede poner de manifiesto todas las limitaciones de entender el ejercicio del poder como gubernamentalidad. Foucault, al separar la verticalización y la centralización del poder en manos de unos pocos del poder difuso y local que actúa en lo social, nos ha dado una imagen posmoderna de su funcionamiento.
«El posible «fin del mundo» para la humanidad será testigo de un medioambiente destruido, implosionado, pero tecnológicamente saturado de «novedad», de desarrollo del capitalismo cognitivo.»
Los monopolios económicos, políticos y militares del imperialismo son la otra cara de las técnicas difusas y dispersas de gobierno y control. Si separamos las dos formas en que se ejercen y no percibimos la jerarquía que las organiza, tendremos una imagen blanda del poder, mientras que la guerra pone en primer plano el poder soberano y su fuerza destructiva (“hacer morir y dejar vivir”), que se suponía que el neoliberalismo había superado y sustituido por la acción positiva de desarrollar y hacer crecer las fuerzas de las poblaciones.
La gubernamentalidad neoliberal es la realización de un proceso que ha sido asumido también por el pensamiento crítico, que ha optado por hacer positivo todo lo negativo, acusado este de ser un arma de la dialéctica. El poder no es prohibir, sino incitar, presionar, favorecer; el neoliberalismo no es represión sino producción, aumento de la capacidad de las fuerzas para actuar. Lo negativo, que nunca había desaparecido (explotación, racismo, sexismo, guerras de todo tipo), despliega todo su poder destructor en la guerra entre imperialismos y demuestra tener poco que ver con la dialéctica. La guerra es la imposibilidad de síntesis, de conciliación. Por el contrario, debe determinar vencedores y vencidos, y sólo a partir de la subordinación y sujeción de los segundos a los primeros se verifica la síntesis, la conciliación, la “paz”, el pacto.
El pensamiento crítico, que durante la década de 1960 quiso excluir lo negativo, lleva una guerra de retraso: no ésta, sino la Primera Guerra Mundial. Durante la precedente ola de mundialización, producción y destrucción tendían a coincidir. La Gran Guerra fue una enorme socialización de la producción y del trabajo orientada a la destrucción. Hoy, después de un siglo, producción y destrucción coinciden perfectamente y no sólo en la guerra. El anatema contra la negación es uno de los mayores contrasentidos producidos por las teorías de las décadas de 1960 y 1970. Es la razón que explica por qué no hemos visto venir la guerra y nos hemos limitado a constatar el desastre ecológico, cuando éste no es más que un subproducto de la identidad de producción y destrucción, cosa que los ecologistas no logran integrar. El posible “fin del mundo” para la humanidad será testigo de un medioambiente destruido, implosionado, pero tecnológicamente saturado de “novedad”, de desarrollo del capitalismo cognitivo, de plataformas, de avances científicos y de innovaciones organizativas. La producción y la destrucción continuarán sus vidas paralelas y complementarias hasta el final.
“Ya no hay exterior. Así aparece el último estadio de la globalización […]. Inmanencia estática y compacta: sin cesuras, sin vacíos, sin líneas de fuga, sin salidas”, escribe Donatella Di Cesare. Ya no hay un afuera, habían anunciado antes Negri y Hardt en Imperio. Sin embargo, el imperialismo cruje por todos lados, se abren brechas evidentes en su dominación/control. Se manifiestan cesuras de todo tipo: insurrecciones, revueltas, guerras civiles, guerras entre Estados. Lo exterior no está ya dado, sino que sucede, se adelanta. Es lo inactual, lo que trae la división, lo que impone la ruptura. Llega con la guerra, se realiza con las revueltas, se encarna en las insurrecciones. La inmanencia no significa que no haya ruptura posible, que no haya salida viable. La inmanencia significa que la salida debe ser creada, que el camino para salir del capitalismo no está marcado, sino que se hace al andar.
La afirmación constantemente citada de que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo” es falsa o irresponsable, señal de la ignorancia de las “leyes” que rigen su desarrollo. La máquina Estado-capital no está destinada al colapso, sino que nos conduce, tarde o temprano, a una situación límite, la guerra. El capitalismo llega regularmente no a su colapso, sino al fin de su mundo (de su régimen de acumulación). Estos “finales” se repiten con regularidad desde el siglo XX. Hoy estamos inmersos en el fin del mundo nacido con el imperialismo del dólar en 1971. Lo que funcionaba en aquel mundo ya no funciona hoy y obliga a repensar un mundo nuevo. Precisamente lo que la calamitosa afirmación ahora mismo citada nos invita a no hacer, síntoma del profundo desconcierto teórico y político del pensamiento crítico.
Notas a pie de página
1. Afirma Biden: “Nosotros, como nación, invertíamos ya hace treinta y cinco años el 2 % de nuestro PIB en investigación y desarrollo. Ahora esa cifra se ha reducido a la mitad. Éramos el número uno del mundo. Ahora somos el número trece. Mi gobierno está cambiando esta situación. Estados Unidos era dueño del campo de la innovación […]. Así es como se produjo el primer modelo de misil antitanque dotado de avanzados sistemas de guiado por rayos infrarrojos, que culminó en el actual Javelin. La Bipartisan Innovation Act ayudará a invertir el declive de la inversión federal en investigación y desarrollo registrado durante las últimas décadas. Y también debería crear puestos de trabajo y apoyar a familias enteras, expandir la producción estadounidense y fortalecer nuestra seguridad nacional. ¿Dónde, por amor de Dios, está escrito que Estados Unidos ya no puede ser un productor líder en el mundo?”. 2. Biden, el representante comercial de la ideología occidental, se expresa así: “Las cosas están cambiando tan rápidamente que tenemos que mantener el control sobre ellas. En el mundo se está librando una batalla entre la autocracia y la democracia. Xi Jinping, el líder de China, con quien he hablado […] dice claramente que las democracias no son sostenibles en el siglo XXI […], porque las cosas están cambiando muy rápidamente y las democracias requieren consenso […]. Pero éste no será el caso. Si ello ocurriera, el mundo entero cambiaría. Y gracias a ustedes, en esta primera batalla [en Ucrania], por así decirlo, se determinará si esto sucederá.
*Filósofo y sociólogo italiano, autor de «El capital odia a todo el mundo», «La fábrica del hombre endeudado», «Guerra y capital», entre otros.
Publicado en El Salto, en marzo 2023.