Femenino. Multitud vs. masa. Sujeto político
Por Elvira Escalante*
“La mujer es más recóndita
que el camino por donde
en el agua pasa el pez”
Oscar Masotta
Las coordenadas simbólicas que organizan nuestra época, sin dudas, se han modificado de modo notorio y a veces, desconcertante respecto de la época victoriana de Freud.
Ejemplo de ello son los acontecimientos anteriores a la pandemia – la que ha puesto el mundo patas arriba- a los que hemos asistido como fenómenos sociales que se pueden diferenciar claramente del análisis freudiano de las masas y su psicología.
Fenómeno social que no encaja en esa articulación freudiana y que se manifestó significativamente, en las calles en diversos puntos del planeta desbordando los espacios públicos. Una multitud de mujeres reclamando por derechos, alentadas por un heterogéneo enjambre de consignas, por razones disímiles, por múltiples reivindicaciones, sin líderes. Imposible explicar desde la perspectiva de las masas qué las liga en multitud, una multitud que no hace conjunto.
Sin dudas, la multitud es un modo muy diferente de funcionar al de la masa, son cuerpos que se juntan, que reclaman y se sirven de aquella -la multitud- como plataforma para usos políticos.
Los ejemplos clásicos dados por Freud respecto de la masa son la iglesia y el ejército, instituciones prevalentemente constituidas por hombres, al menos desde sus orígenes hasta tiempos no muy lejanos. Los individuos aglutinados en masa tienen un elemento común que los congrega, existe un medio que lleva a considerarlos como una unidad. El Ideal (o jefe que puede hacer sus veces), hace a la cohesión de las masas estables y organizadas que son de las que Freud se ocupa. Existe el Uno a partir de lo cual los otros pueden funcionar.
En contrapunto, Spinoza concibe la multitud como una pluralidad que acciona públicamente sin converger en el Uno. Es una forma de existencia política y social de muchos en cuanto muchos. Implica una multiplicidad de singularidades irreductibles a una uniformidad. Se diferencia de la masa por no constituirse en una unidad homogénea. Lo que la caracteriza es la acción común, sin importar las diferencias y más allá de las diferencias.
Si en la constitución de la masa prevalece la identificación imaginaria a quien encarna al Ideal del Yo, la multitud no se produce por tomar un rasgo del líder para producir una homogeneidad y desvanecerse ante la potencial ausencia del que la conduce. La multitud es una amalgama operativa de singularidades presta a la acción militante en el caso de los feminismos. Se caracteriza por la hibridación, la mezcla, las diferencias, lo heterogéneo y por lo mismo no hace conjunto en el sentido lógico del término. Esto implica que para su constitución no apela a la excepción, cuyo efecto sería el conjunto cerrado en un todo.
El colectivo LGBTIQ+ difiere del conjunto, esas letras indican una serie, como tal puede albergar e incluir a otros más. No se refieren a un rasgo común, por el contrario, pueden mezclarse e incluir las diferencias, incluir al Otro diferente al yo y diferente en su modo de gozar. Se trata de considerar el pasaje del Uno al muchos, siendo esos muchos, singularidades. Vale preguntarse. ¿es una forma anti segregativa de articulación política? ¿podría ser una salida a la segregación?
Es coherente pensar que este modo de funcionamiento -que caracteriza a los feminismos actuales- responde a la subjetividad de la época sin Otro y a la evaporación del padre como nombre y en su función de nombrar. El sujeto contemporáneo esgrime el derecho, por ejemplo, de nombrarse según la identidad que surge de la autopercepción sexual.
La estructura de la masa según el análisis de Freud, responde a las coordenadas edípicas, al padre Ideal y al padre muerto. Responden al Tótem y al Tabú, al amo y su voz, o sea a la existencia del Otro, por lo tanto, es coherente a la época victoriana que caracterizó los tiempos freudianos.
En nuestra contemporaneidad la multitud pone al margen la dialéctica edípica, exclusión que pareciera poseer una coordenada en algo del orden de lo real.
Freud en su texto “El Malestar en la cultura” ubica lo femenino como discordante con la civilización. Es decir, ubica la discordia que introduce lo femenino en lo social en tanto desencaja con el programa de la cultura. Lo femenino puede ser hostil a la civilización.
¿En qué punto lo femenino es hostil a la cultura? En su ambición universalizante, lo femenino por estructura, explícita o implícitamente agujerea el “para todos” civilizador. Pero también el “para todos: coca cola” del capitalismo. La lógica femenina no comienza con un vínculo identificador que constituiría una clase, sino más bien su rechazo. De la multitud no surge ninguna visión unificada del mundo, tal vez, de algunos fragmentos, es un plural abierto que no acierta a construir ninguna característica unitaria. Se trata de la politización del malestar bajo la forma del campo magnético de la multitud, cuyo sujeto político y su programa suele ser difícil de atrapar, quizá esa sea la juntura por donde se filtra lo femenino o su feminidad.
El eterno principio femenino se ha inscripto en la historia como lo que debe ser controlado o castigado por los hombres. Lo femenino ubicado en los cuerpos de las mujeres (cabe advertir que lo femenino no es exclusivo de esos cuerpos), su sexualidad desconcertante y peligrosa, implicó su dominación social tendiente a que esos cuerpos -ya que siendo sexuados no podían permanecer castos- sólo debían destinarse a la procreación. La maternidad como estatuto social para las mujeres emergió como una forma de domesticar y amarrar el goce femenino, vivenciado como sin límites, errante y amenazador. Se destaca la Edad Media como la época en que fueron particularmente vigiladas como un peligro, como un enigma indescifrable, como resistentes a las palabras y como figuras del exceso. En ningún otro momento de la historia de las mujeres, ellas han sido más objeto de inquietud. Lo inquietante del goce femenino radica en trascender los límites de los marcos definidos por la cultura y por ello también han representado el mal. Los cuerpos que encarnan lo femenino -que en el afán del discurso del pensador de lo universal se han agrupado bajo el significante mujeres- han evocado desde la amenaza demoníaca, lo fuera de control en la civilización, la destrucción.
Lo femenino rebaza sin medidas toda clasificación y por eso mismo las mujeres no se inquietan por las categorías del poder o del saber. Una mujer, puede integrarse en las categorías del hombre, aunque aún por lo femenino que la habita puede ser sin medida respecto del universal y por eso, las mujeres movidas por una pasión “inhumana” llegar a niveles de coraje que disuelva toda conciliación.
Esta condición de lo femenino tiene un valor disgregativo del efecto de masa y disgregativo respecto de la alienación al discurso amo, condición que atraviesa todas las limitaciones nacionales, de origen, de religión. Las movilizaciones de los feminismos han puesto esa condición al servicio de una política y se ha dicho que han llevado a la feminización del mundo, que esos movimientos eran imparables. Sin embargo, la emergencia contingente de un virus fuera de todo programa de la civilización contemporánea, ha irrumpido anulando toda predicción. Esa contingencia fuera de programa ha venido a poner límite a la multitud, pero seguramente habrá un aún, un todavía.
*Psicoanalista.
[1] Lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, intersexuales, queer …más. Esa multiplicación de designaciones da cuenta de la fragmentación de los modos de gozar del sujeto contemporáneo
Bibliografía de referencia
-Rodríguez Gabriela, “Lacan entre las feministas. La objeción de la mujer”. Edit. Tres Haces, 2019
-Mónica Biaggio, “Sexualidad y muerte. Dos estigmas clínicos”, Edit. Garma 2020
-Ana Viganó (compiladora) (H)etéreas. Las mujeres, lo femenino y su indecible”, Edit. Grama 2014
-Silvia Ons “El sexo del síntoma”. Edit. Grama, 2020
-Lacan Jacques, El seminario, libro 20 “Aun”. Edit. Paidós, 1981
-Freud Sigmund, “El malestar en la cultura”, Obras Completas, Edit. Biblioteca Nueva, 3ª edición, Tomo III, 1973, pág. 3017.
– Freud Sigmund, “Psicología de las masas y análisis del yo”, Obras Completas, Edit. Biblioteca Nueva, 3ª edición, Tomo III, 1973, pág. 2563.