Algo frágil permanece

ARTES VISUALES EN TUCUMÁN. Recientemente se inauguró en la galería de arte contemporáneo Consultorio una muestra de Inés Benínca, Agustín González Goytía, Ignacio Fanti y Gaspar Nuñez. Consultorio es un espacio autogestionado por tres jóvenes artistas tucumanos, Rocío Rivadeneyra, Javier Rodríguez y Diego Gelatti. La exhibición se puede visitar en San Lorenzo 634 los viernes entre 18 y 21 horas. Publicamos en Link el texto de Aldo Ternavasio que acompaña la muestra.

por Aldo Ternavasio

Si divido un litro de agua tibia en dos, obtengo dos partes de medio litro de agua igual de tibia. Se divide la cantidad pero no la cualidad. Cualidad: eso es una intensidad. El agua sigue siendo agua. La temperatura no se divide. Pero si le quito al agua la mitad del calor que hay en ella, obtengo hielo. Y si le agrego el doble, recibo vapor. La intensidad no se divide sin cambiar de naturaleza. El arte es un asunto de intensidades. Las produce. Pero, sobre todo, las conserva sin que se consuman. Cuatro artistas, cuatro formas de hacer pasar intensidades. Cuatro especies poblando un ecosistema intensivo mientras algo las reúna.

TEMPERATURA DE LA LUZ. La pintura de Inés absorbe el último destello de una imagen justo en el instante antes de desaparecer. Lo blanco absorbe, sí, pero en él permanecen las intensidades de una percepción que no se disuelve sin afectarlo. Un mundo que solo existe como una superficie de variaciones ínfimas. Lo vital aquí es el matiz de una materia sobreexpuesta. Todo se juega en las pequeñas diferencias. Es como si lo pintado no fuesen los objetos percibidos sino sus dobles incorporales. Dobles que toman forma en una luz en la que fulgura un mundo que no cesa de pasar. Creo que es eso. Ni percepción ni impresión, luz condensada sobre sobre una superficie opaca. Luz coagulada. Ambar lumínico de la mirada. Dramas cromáticos infinitesimales sobre la piel de las pequeñas visibilidades cotidianas. La piel de algo que habrá acontecido luego de ser pintado. Algo vivido pero nunca presenciado, experimentado pero no necesariamente percibido.

SATURACIÓN. En las obras de Agustín, las intensidades impregnan y atraviesan la tela dejando en ella lo que las satura. Es casi como si una imagen se hubiera apoyado allí. Pero de qué imágen se trata. No una casa, una ciudad o un paisaje sino lo que fue experimentado con ellos. Un lugar a una hora del día en el momento exacto de una historia. Circunstancias únicas. Un haber estado allí, únicamente allí, porque algo se formó durante un tiempo para desaparecer luego en un nuevo presente. Un allí de ardiente singularidad. Real en tanto imaginario. Un encuentro fortuito de existencias transitorias que, no obstante, reclaman una realidad tan propia y singular como persistente. Pensemos en cómo la pintura impregna la superficie de la tela. Cómo la satura. Vela una experiencia que se transfiere al género tal como aquella persistencia vela el cuerpo que la pinta mientras pasa por él. Tela, cuerpo, pintura. Sudarios profanos dónde lo vivido se transfiere a lo vívido y se prolonga en él.

VELOCIDAD DE OBTURACIÓN. Algo podría romperse. Podría caer o perder el equilibrio. Algo podría ser diferente, podría no haber ocurrido o podría no haber sido visto. Algo podría vaciarse. La luz reflejada en las cosas podría no haber sido detenida. Podría haberse expandido en todas direcciones sin haber sido fijada, atrapada o, en suma, conservada. El equilibrio es una cuestión de fuerzas, de intensidades. En las obras de Ignacio lo que parece intensificarse es el instante en el que algo se decide. El instante en el que un orden inframínimo (para usar esta hermosa palabra forjada por Duchamp) podría colapsar, cambiar o pasar inadvertido. Podríamos pensar en la vida de las cosas, en la vida con las cosas y en la vida en las cosas. Una vida liminar se escurre entre ellas. Si en la imagen se detiene el tiempo, éste pasa a través de ella hacia el exterior desde donde la miramos. El mundo de la imagen se prolonga hacia las cosas y se rodea de una atmósfera de intensidades en la que algo podría consumarse al ser mirado. Un intenso ahora nos alcanza desde el pasado. Algo podría ocurrir cuando miramos.

EL ESPECTRO VISIBLE. Raspar, quitar la imagen que las recubre. Las latas están ahí, como abandonadas. Pero no sólo eso. Parecen despellejadas. Alguien puede ver en ésto un pequeño teatro de la crueldad. Tal vez lo sea. Sin embargo, y a pesar de carecer del beneficio de inventario, yo veo otra cosa. Más bien, veo la piel que queda debajo de una imagen-pellejo. Literalmente, debajo del cliché. Así de lejos es necesario llegar para encontrar bajo lo visible la imagen de algo que aún podría ser dañado. Unos cuerpos vaciados. Laminados. Como una sábana que algún fantasma dejó de necesitar. ¿De qué están hechos estos cuerpos? No es una pregunta metafísica. Son latas de cerveza. Latas en carne viva, por decirlo de alguna manera. En carne viva, porque hay algo más que la presencia bruta y tangible de ellas. Una paradójica vida inorgánica, más temporal que espacial. Si las latas no desaparecieron como objetos es porque desaparecieron como imágenes. Queda algo vivido. Gaspar recupera allí las intensidades dadas por perdidas. Restituir a los espectros la dignidad de un cuerpo. Espectros, es decir, pasados ya vividos que no dejan de pasar.

Cuatro artistas, cuatro formas de hacer pasar intensidades. ¿Cómo? Como quién ayuda a un fugitivo a cruzar una frontera. No cuentan los lugares, las imágenes, los momentos o las situaciones. Lo que cuenta es cierta intensidad surgida de haber estado, de haber sido, de haber recordado o…, de haber vivido. También cuenta haber podido algo. Cualquier cosa. Aún cuando solamente haya sido una posibilidad fugaz no efectuada: la intensidad pasa aún sin manifestarse. La intensidad de algo no dado pero de todas formas vivido. Algo latente que retorna en las obras para repetirse al frente nuestro aun cuando permanece como pura potencia. O, mejor dicho, justamente porque no es más que eso. Pura potencia, flujo virtual, el ojo de un huracán inmóvil acechando desde ninguna parte. Una apuesta por las diferencias infinitamente pequeñas. Algo frágil permanece.

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