STRASS
Por Aldo Ternavasio
Alerta de spoiler: opiniones personales irrelevantes sobre Argentina, 1985. Cada año que pasa siento que tengo que explicar más cosas. Una evidencia inocultable del paso del tiempo. Al menos, para quienes somos docentes. En abril comenzarán sus estudios universitarios jóvenes nacidos, más o menos, en 2004. Para ellos, hoy, la dictadura es algo que ocurrió hace casi 50 años. Yo soy del setenta. Entré a la universidad en el ‘89. Para mí, era la distancia que me separaba del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Algo que en ese momento me parecía, simplemente, un lejano episodio de otra época.
Esto viene a cuento de las ambivalentes sensaciones que me produjo la premiada y aplaudida película de Santiago Mitre. Por un lado, me parece altamente valioso que el cine ‘de industria’ traiga a la agenda pública un episodio que es clave no sólo para nuestro pasado y presente colectivo, sino también, para nuestro futuro inmediato. Pero, y justamente por esto, me parece imprescindible contrariar la perspectiva que la película construye en relación a ‘los hechos reales que la inspiran’. Si se quiere valorar la importancia del juicio a los dictadores, algo que coloca a nuestro país en una situación excepcional respecto de todo lo que ocurrió en la segunda mitad del siglo XX, la perspectiva de Strassera me parece la peor. Al menos, cuando lo que se narra son las peripecias de un personaje construido como individuo; incluso, a pesar de los matices y contradicciones que acertadamente muestra la película (pero ignorando su actuación posterior). En cierto sentido, el juicio es el dispositivo para narrar la epopeya del personaje y no al revés. Por eso, me parece, el biopic eclipsa la aparición del mundo en el que transcurre la historia que cuenta. Es la historia de Strassera, más que la del ’85.
Está operación narrativa es totalmente lícita y eficaz. El único problema que le encuentro es que no sólo no construye un acceso a la complejidad de lo que se puso en juego en el juicio, sino que, por el contrario, más bien la obtura.
Se me puede objetar que en estos comentarios no hay ninguna ambivalencia. Y es verdad. No obstante, la consideración de la película y lo que ésta genera son problemas muy diferentes. A fin de cuentas, una película es también, siempre, lo que sus espectadores hacen con ella. Hay un afecto al que el cine de Mitre/Llinás logra dar lugar y eso tiene una relevancia política destacable. Pero a la vez, ese afecto se compone con otros que, me parece, impiden problematizar la contemporaneidad de 1985. Obviamente, esto no sucede con quienes por cuestiones biográficas y/o militantes tienen una relación politizada con nuestra historia.
Y aquí retomo mi inquietud como docente universitario de jóvenes que no necesariamente se perciben como contemporáneos de una sociedad posdictatorial. Sin embargo, para bien o para mal, lo son. A fin de cuentas, el Pozo de Vargas sigue excavándose (gracias al activismo). Entonces, ¿cómo devolverles a les chiques esa perspectiva política de una historia sin vuelta de página y que se pliega sobre sí misma? ¿Cómo restituirles el legado de anacronismo que una y otra vez el presente les confisca? ¿Corresponde (intentar) hacerlo? Y, en cualquier caso, ¿qué es lo político hoy, tanto para ellos como para mí y mi generación? No lo tengo claro. Pero sí estoy seguro que la película de Mitre –justamente premiada con el Globo de Oro– va en una dirección muy diferente a lo que yo intento trasmitir con mis clases. Puede que no sea relevante esta ‘enseñanza’. Tampoco lo tengo claro. Sí es evidente que el camino de la legitimación va por otro lado. Y de ahí, al fin, la ambivalencia que me genera 1985. No es en los pasillos de las instituciones en donde la vida transforma lo político. Hay muchas películas argentinas que dan cuenta de esto. El paradójico mérito de Mitre es filmar el juicio como si éstas nunca hubieran existido.
Por otro lado, estamos ingresando en un nuevo período sombrío del capitalismo. La forma-guerra (si se me permite la expresión) está modelando cada recodo de nuestra experiencia. Esta guerra tiene sus peculiaridades. Es una guerra entre nosotros, pero también, en nosotros y, asimismo, más allá de nosotros. Es geopolítica, clasista y subjetiva, como siempre, pero de igual manera, es presubjetiva (molecular, dividual) y posthumana en formas que aún se están por definir. En la lucha contra la dictadura hay quienes pudieron crear otras formas de activar lo político. Y es ahí donde debemos, a mi juicio, poner la mirada. Quizás se trate, simplemente, de sustraerse al brillo del strass y prestarles atención a esas mujeres con pañuelos en sus cabezas que un par de veces aparecen en 1985 de espaldas a la cámara. Es por ahí que Argentina realmente devino única.
Foto: Clarín