Una civilización que preferiría no amar

Por Rosana Aldonate*

 

La época actual se caracteriza por una expansión del individualismo, al tiempo que en la civilización opera una autonomización de la lógica económica, una disociación individualista y un debilitamiento de los sistemas políticos, según plantea Marcel Gauchet en su libro La condición histórica.
Por otra parte, se ha producido un anudamiento y una alianza especial entre la avanzada de la investigación tecnocientífica, el capitalismo más aventurero y conquistador y los gobiernos social-liberales, según el filósofo Éric Sadin.

La técnica en la época actual es altamente sofisticada y ha transformado su naturaleza.
La expansión del individualismo podemos verla funcionar en el surgimiento del “espíritu hacker”, en la emergencia del “emprendedor libertario”, de los “genios visionarios”, que la cultura neoliberal idealiza en la figura del emprendedor de sí mismo. Ejemplo reciente de ello es el de aquel chico que no pudo coleccionar el álbum del mundial porque era muy caro, creó uno y ahora lo vende. El individuo como actor de su propio éxito y de su propia felicidad.

La silicolonización (1) de la vida se ha ido configurando desde el advenimiento de Internet, la interconexión, Yahoo y Amazon en 1994, el comercio online, Google (1998), las punto-com, la Nueva Economía, la economía del conocimiento, la recolección de datos global así como las redes sociales online, Facebook, Twitter etc. que acumularon datos masivos sobre modos de vida, opiniones, afinidades; la administración robotizada de las cosas, el smartphone ( 2007), hasta la mundialización de la silicolonización que está en marcha.
Pero no todo es esplendor y crecimiento en cuanto a progreso de las sociedades, sino que el progreso ha sellado un pacto con la barbarie, según pensaba Freud, así la globalización implicó “deslocalizaciones y destrucción de empleos”.

Por otro lado, está la creencia fundada en la tecnociencia, en su visión del mundo, de que se llegará a terminar con la imperfección del mundo y de la condición humana, vía la inteligencia artificial.
Como podemos apreciar, esta potencia de la técnica impacta en la civilización obturando la falta, ese núcleo de imperfección, el defecto que el universo mismo es, tal como decía el poeta Paul Valery “el universo es un defecto en la pureza del No-ser”. Lacan le llama goce y agrega que “es aquello cuya falta haría vano el universo”.
Si esta falta, falta, en la iniciativa de la tecnociencia de liberarse compulsivamente de las miserias humanas, se terminará rechazando también “las cosas del amor”, que precisan de la falta para ser.
En un mundo orientado por la tecnociencia que no soporta la pobreza consustancial a la condición y a la realidad humana, intentará siempre aumentarla, hasta la “infiltración en los cuerpos de prótesis aumentativas”, como plantea Éric Sadin.

Pero el psicoanálisis advierte que por más intentos de esta índole que se hagan, no se pondrá fin al goce, no se podrá absorberlo todo y éste se infiltrará o retornará en nuevas formas sintomáticas, siendo el síntoma el artificio singular que sabe hacer con el malestar o con el goce que queda, más allá de las tentativas de la tecnociencia para controlarlo o terminar con él, en sus dos vertientes, la de sufrimiento y la de satisfacción. Y por qué no también con el amor en cualquiera de sus formas que siempre requiere oquedad, caricia, brusquedad, palabra y silencio. El amor ataca al mismo tiempo a la cabeza, al cuerpo y al corazón, sentenció Voltaire.
Del mismo modo en un capitalismo aventurero y conquistador, en una civilización comandada por el imperativo de la productividad de los individuos, el amor o las cosas del amor resultarán siempre una pérdida de tiempo, una distracción de dicha exigencia, un goce en el que el sujeto contemporáneo preferiría no incursionar.

*Psicoanalista y escritora.

(1) Refiere a Silicon Valley y la expansión del liberalismo digital.

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