Educando para el Cambio
Por Aldo Ternavasio
Si por encima de las libertades individuales y del usufructo del mérito no se reconoce una obligación universal e ineludible respecto de la forma de vida humana, el resentimiento y el mérito se tornan igual de legítimos y, en última instancia, indiscernibles. En este marco, el mérito es la forma en la que la mala conciencia se consiente el resentimiento que dice condenar. Es ese resentimiento contra la pertinaz imposibilidad de los aniquilados para desconocer la universal degradación de la vida humana. Una vida genérica ahora condenada a una insignificancia fatalmente universal de la que nadie escapa. ¿Podrá la política, con todas sus oscuridades, conservar el sentido de una sociedad divida y, por tanto, basada en el reconocimiento y la reparación de las injusticias? ¿O podrá más el híper rentable y luminosísimo gerenciamiento de los desprecios hacia los parásitos humanos a los que, “juntos”, podemos erradicar? La opción es maniquea, por supuesto. En proporciones muy distintas, estos extremos se mezclan y combinan de las maneras más diversas en la mayoría de nosotros. Pero, maniqueo o no, esto es lo que se está decidiendo en estos tiempos. Y no sólo se decide la representación de las alianzas que compiten en la elección, sino también, lo que va a ser posibles dentro de ellas. En cierto sentido, la disputa legislativa es una disputa interna porque se disputa el sentido de lo político. Y los enemigos de lo político nunca acumularon tanto poder como hoy. La derecha argentina aprendió a renovarse leyendo a von Hayek tanto con Nixon como con Ho Chi Minh. Se proponen transformar radicalmente la sociedad argentina bombardeando implacablemente a sus adversarios, por un lado, y desangrado la resistencia política de la sociedad civil con una ubicua guerra de guerrilla, por otro. Destruir el retorno de ese semblante llamado peronismo sigue siendo fundamental. Poco importa la corrupción o el destino de la máquina electoral pejotista. Por el contrario, resultan funcionales al borramiento de la política. Incluso, a pesar de las apariencias, la aniquilación de sus dirigentes tiene un interés estratégico, pero nunca es el objetivo final. Importa a los enemigos de la política, destruir ese sentido de lo común que cada tanto despierta en el paraíso agro-exportador en incontables pliegues de la sociedad argentina. En esos pliegues, los extenuados cuerpos de la productividad comienzan a sentir la verdadera alegría de reconocerse sujetos de una dignidad que nada debe a nadie. La política no es administración de lo público. Antes, es la lucha por preservar esa dignidad común.
Desde la perspectiva neoliberal, no solo se trata de acabar con los demagogos. La tarea fundamental es sustituir las potencias de la dignidad de lo común socialmente recibida, por la agresividad de la dignidad individual competitivamente adquirida. Se trata de cambiar el alma humana para cambiar la economía. El candidato Esteban Bullrich lo expresó de una manera inmejorable en una conferencia en el foro “Mini Davos” que organizó el gobierno hace un año en el CCK. El entonces ministro de educación de la Nación dijo que: “[…] nosotros tenemos que educar a los niños y niñas del sistema educativo argentino para que hagan dos cosas [en el futuro], crear argentinos que en el futuro sean los que creen empleo […] y debemos crear argentinos capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla». Rentabilidad garantizada para inversores e incertidumbre garantizada para trabajadores. La novedad de Cambiemos es que aspira a “crear” argentinos ya no disciplinados o sumisos, sino más bien, gozosos fratricidas. ¿O qué clase de solidaridad permitiría disfrutar la incertidumbre en lugar de combatirla? Los alumnos que tomaron los secundarios porteños, entre otros casos ejemplares, parecen haber comprendido la gravedad lo que está en juego en estos problemas.