Las mujeres, el animal más discutido del universo

 

Por Rosana Aldonate*

De las tres profesiones imposibles para Freud, gobernar, enseñar y analizar, Lacan hizo sus cuatro discursos, tres apuntan a los de Freud, y uno más referido al sujeto industrioso en su modo de dirigirse e interpelar al lenguaje o al amo; los cuatro discursos como cuatro modos del lazo social.
Es en el mundo del derecho donde se palpa de qué modo el discurso estructura el mundo real (1). Tanto hombres y mujeres no están exentos del sometimiento a la ley, en el sentido de estar sujetos a prohibiciones y exigencias para entrar en lo que desde el psicoanálisis se llama lazo social. Se trate de relaciones familiares o sociales que sacan al sujeto de su soledad y lo conducen a la relación con el o los otros.
Pero la exigencia que saca al varón de su goce autoerótico para que se entregue al otro, recae de una manera particular sobre él, al igual que la culpa (2). La actualidad imprime peculiaridades al autoerotismo, en la oferta de objetos tecnológicos que hacen a una prolongación del propio cuerpo del sujeto moderno. Advertimos también el valor fálico de ciertos objetos, desde un auto a un teléfono móvil. En esta perspectiva las mujeres pueden ser imprescindibles a los hombres, ya que las mujeres han sido espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar una silueta del hombre de tamaño doble del natural (3). Desde allí se puede entender la inquietud de los hombres, que a veces redunda en cólera, ante las críticas de las mujeres. Algo de esta cuestión se aprecia en la película argentina Corazón loco, donde a un hombre bígamo le es imprescindible sostener la relación con ambas mujeres y para ello le resulta también imprescindible el manejo de dos smartphones, como prolongación de sí mismo para la conexión amorosa con cada una de ellas. Estos objetos tecnológicos le ayudan y posibilitan mantener la apariencia de esposo íntegro para cada una, por separado.
Pero también una mujer puede ubicarse, por decisión propia y sin culpa, en objeto del goce de los hombres, como el de su propio caso que nos relata Virginie Despentes, cuando se prostituyó de manera ocasional por dos años, y se fascinaba con el efecto casi hipnótico que provocaba en los hombres una mujer que toma aspecto de “puta” (sic) (4).
La igualdad de las mujeres y los hombres, indiscutible en cuestión de derechos y también del usufructo fálico, era algo ya advertido y planteado por Virginia Woolf cuando escribe que las mujeres deben tener dinero y un cuarto propio para poder escribir novelas. Dos atributos viriles si se quiere en el sentido de que no hacen a la especificidad de lo femenino, por lo menos la que le interesa al psicoanálisis.
El psicoanálisis lacaniano parte, por supuesto, de la premisa de una igualdad de las mujeres y los hombres en relación a lo que puede ser realizado por el lenguaje, el derecho, la búsqueda de la verdad, el saber y también la consecución de un goce en la relación entre los sexos. Pero a la vez está la idea de Lacan de que por vía del lenguaje no se alcanza lo que una mujer puede desplegar con respecto al goce (5). La diferencia entre hombres y mujeres es por vía de un goce, que va más allá del fálico, llamado otro goce o goce femenino.
Una mujer en 1928 podía no ser admitida en una biblioteca en Inglaterra, podía ser dejada fuera, y a la vez esa mujer maldecir a la famosa biblioteca pero, además, podía pensar que quizás era peor que la encerraran a una dentro (6). Las mujeres tienen ese lazo más laxo o marginal con la propiedad, con el estar del todo allí, el prestigio o el encierro. Eva Perón decía que el dinero, el poder y los honores son las tres grandes causas de tres ideales de todos los ambiciosos (7).
Mientras, la mujer es más entregada en el amor, que a veces va más allá incluso del hombre que ama, como un más, como algo “místico” o ilimitado que llama desde el requerimiento de amor; por ejemplo cuando Evita decía que “yo siempre he visto en cada descamisado un poco de Dios que me pedía un poco de amor que nunca le negué”, o cuando hablaba del “amor que consume mi vida” (p. 59).
Pero también está del lado de las mujeres combinar un amor compatible con el semblante o la máscara, por ejemplo esa que cuenta la historia de una mujer que ama demasiado y a la vez usa tacones, según escribe en una de sus novelas la mexicana Margo Glantz. Nora García, ese personaje autobiográfico que admite tener juanetes y desear calzar zapatos estilosos de diseñador, mejor si son Ferragamo, el más grande artista del calzado aunque fuera fascista. Ese casi fetichismo del zapato por parte de una mujer para causar adoración masculina; pero por otra parte, usarlos solamente cuando se siente a escribir la historia de la mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador (7).
Por último, en el presente de la época, en que ser mujer ya no es una “ocupación protegida” (8), las mujeres continúan siendo esa parte más discutida de la humanidad, por representar, la mujer, el Otro radical al que todo sujeto debe enfrentar al ser solicitado a dejar la soledad de su goce solitario y, cualquiera sea el partenaire desde donde sea solicitado, éste será un lazo hetero. En lo masculino, el goce auto como el hetero serán sintomáticos. Mientras que lo femenino al no totalizar, en cuanto al goce común, está abierto a otro goce que sigue interpelando al psicoanálisis.

*Psicoanalista y escritora.

Citas
*Woolf, Virginia. Un cuarto propio. Pág. 43. Traducción Laura Pujol. Ed. Austral Singular. Buenos Aires. 2019
(1) Lacan. J. El Seminario 17. Pág. 16. Ed. Paidós. Bs. As. 1992
(2) Miller J.-A. Causa y consentimiento. Pág. 239. Ed. Paidós. Bs. As. 2019
(3) Woolf, V. O. Cit. Pág. 55
(4) Despentes, V. Teoría King Kong. Pág. 50 y 53. Copyleftwww.creativecommons.orgoar. Bs. As. 2013
(5) Lacan, J. Op. Cit. Pág. 35
(6) Woolf, V. Op. Cit. Pág. 17 y 39
(7) Perón, E. Mi mensaje. Escritos y discursos. Pág. 51. Ed. Tolemia. Bs As. 2012
(8) Glantz, M. Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador. Pág. 16 y 46. Ed. Anagrama. Bs. As. 2005
(8) Woolf, V. Op. Cit. Pág. 61

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