Conjuntivitis

Por Ricardo E. Gandolfo

No esperas quedarte ciego.
Eso no.

Sin embargo, las luces titilan
y el espacio se disuelve
y tu mujer flota como una aparición
de los cuentos de Hoffmann.
En el aire desconocido, oyes las voces que te llaman
desde una habitación sin ventanas
y crees que es para ti, pero no
son solo los vecinos
o los transeúntes, o tal vez
lo imaginaste todo y eso te da miedo.

El oculista es gordo y sabio
y decididamente simpático. En su consultorio
máquinas fantasmales atraviesan tu rostro
indoloramente, pero con insistente
curiosidad. Luego da su diagnóstico absoluto:
“Son casi treinta días, de gotas
rabínicamente colocadas, de toallas
reservadas, de ojos pegajosos y dolientes
y sobre todo nada de frotarse
ni de tocarse, tampoco llore”

Ante esto, resuelves aceptarlo.

Transcurren los días como el viento transcurre
sedoso, inevitable, esponjoso, terso
y ves el mundo como un huésped lejano
que intentara hacerse conocer, las señas
que haces desconciertan a tus amigos
porque son tardías
o adelantadas. Lo cierto
es que no te queda nada por mirar, las bellas
mujeres se han apagado, los duros rivales
se confunden con las manchas de humedad
y los parientes (sobre todo ellos)
viajan suavemente hacia el olvido.

Después, en un instante,
la luz vuelve con pasos de duende
los colores
con un chirrido perfumado vuelven,
se comienza a mirar otra vez
lo que antes contemplabas en lo oscuro.

Los indicios se hacen evidencias,
las pistas ocasión de encuentros,
las demoradas señas
claras guías de ruta.

Vuelves al mundo, entonces.
Y observas.

Y lo que ves te agrada, te estremece, te aterra.
Y entiendes.
Porque los hombres han preferido a veces la oscuridad severa,
los ruidos antes que las presencias,
el aroma sagrado de los dioses
en lugar de la luminosa fuente de la razón humana
(que también aterra)
y por qué siglos y siglos de loca astucia evolutiva
se han levantado entre el mundo y tu alma.

Vuelves entonces al oculista,
quien sonriendo afirma con soltura
que ya estás curado.

Ignora por completo que ahora comienzan tus pesares
Que ahora sí, estás ciego ciertamente.

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