Unión Ciudadana, el hecho maldito del pejotismo burgués

por Aldo Ternavasio

Quizás la interpretación más caprichosa de todo aquello que genera el cristinismo, es la que intenta explicarlo todo por el capricho de Cristina. Esta interpretación suele asociarse, frecuentemente, pero no siempre, con otra que explica el carisma (al que traduce rápidamente en demagogia) en términos de fanatismo. Fanatismo de militantes, dirigentes y votantes. Al capricho del capricho se le agrega el fanatismo contra el fanatismo. Ambas interpretaciones, aun cuando fuesen certeras, y decididamente pienso que no lo son, aun teniendo parte de razón, aun así, eluden lo político y distorsionan su sentido ocultando lo que realmente está jugándose en estas elecciones.

Randazzo no es un dirigente político. Demostró ser un gran gestor (algo que cualquier partido valora). Pero claramente nunca pudo fundar sus aspiraciones electorales en sus logros como dirigente político. No construyó, aun estando en un lugar privilegiado, ninguna corriente de opinión que enriquezca el debate kirchnerista. Tampoco articuló un espacio político propio. Consideró que sus méritos como gestor alcanzaban para saltar a Presidente sin tener que realizar ninguna construcción política. Y a pesar de ello, tuvo su oportunidad. No obstante, rechazó la posibilidad cierta de ser gobernador de Bs. As. y de cambiar el resultado de las elecciones por una forma de capricho que él denomina “coherencia”. Ahora quiso competir con Cristina, cuando no fue capaz de arriesgarse a disputarle el liderazgo del kirchnerismo a Scioli desde la provincia que contiene la mitad del padrón electoral argentino. ¿Qué clase de dirigente es y cómo entiende la política? Y nuevamente, en las PASO, no fue él el que construyó un espacio para disputar una candidatura en el PJ, fue convocado por un sector exkirchnerista (algo legítimo, por supuesto) para que sea el candidato del postkirchnerismo. Este sector, intentó aprovechar el tremendo asedio de la corporación gobernante para obligar a Cristina y al kirchnerismo, no a negociar candidaturas sino a entregar, en todos los sentidos de la palabra, a sus votantes “fanáticos”. ¿A qué me refiero con entregar?

Al día siguiente de la asunción del nuevo gobierno un sector del riñón cristinista, rápidamente adoptó la posición “republicana” del político profesional que desempeña una función técnica en la burocracia del estado. Con las mejores intenciones, seguramente, pero aceptando sin chistar las reglas de juego que les impuso el oficialismo supuestamente minoritario en las cámaras. Es esa manera de hacer política lo que el kirchnerismo les complicó a muchos dirigentes del PJ. Es la diferencia entre gestión y política. Y esa diferencia se expresaba ahora como la diferencia entre el PJ y el kirchnerismo. Este último llegó, para sorpresa de todo el mundo, a entorpecer el consenso cuasi universal de que todo lo político se disuelve en la gestión. Esa irrupción tuvo un efecto profundo en la sociedad argentina. En sus condiciones materiales de vida, en primer lugar y, en segundo lugar, y más fundamentalmente, en las condiciones inmateriales de esas vidas que ahora eran reconocidas por el Gobierno como sujetos de las políticas estatales. Eso es mucho más que ser beneficiaros de tal o cual política pública. Es reconocerlos como parte de una disputa que les concierne. Es eso, a su vez, lo que la multitud kirchnerista les reconoce a los Kirchner y es ese reconocimiento el que hace Nestor a Nestor Kirchner y Cristina a Cristina Fernández. Y es ese reconocimiento lo que cambia el campo de batalla y el sentido de la política porque modifica las relaciones de poder que dirimen las disputas sociales. No es una cuestión de carisma. La cuestión del carisma enmascara el hecho verdaderamente escandaloso que tiene que ver con la decisión política de sostener ese reconocimiento asumiendo sus consecuencias. Así construyeron Nestor y Cristina sus liderazgos. Con todos los errores, torpezas y mezquindades que se quiera y seguramente con menos autorreflexión de la que sus objetores hubiesen querido. Puede que el carisma no se trasmita. El reconocimiento ganado, seguro que no. Hay que ganárselo. Y si alguien tuvo el crédito y la oportunidad de hacerlo, fue Randazzo. ¿Por qué la multitud K debió ver con buenos ojos que el Ministro cuestione el liderazgo de Cristina al rechazar la propuesta de liderazgo hecha por la misma Cristina? ¿No era esa una manera de pasarle la posta? Randazzo tuvo la oportunidad cierta de ser gobernador de Bs. As. y de cambiar la historia. A la vez, tuvo, gracias al gesto de Cristina, la posibilidad de erigirse en el garante del reconocimiento de la multitud K frente a un sciolismo del que siempre dudó. Lo rechazó. El argumento de la supuesta coherencia no sólo es trágicamente pueril para quienes ahora se desangran con la crueldad de Cambiemos, es también moralmente desleal con ese pacto de reconocimiento mutuo con la multitud K que le permitió a él gestionar pero que ahora quiere desconocer. Randazzo quiso recibirse de Nestor sin rendir ninguna materia. Y lo que hace más caprichosa aun la negativa del chivilcoyense, es que gozaba del apoyo kirchnerista.

No fue que no se lo dejó competir, sino que la multitud K lo necesitaba en otra competencia. Es tan simple como eso. Y las razones son evidentes. Por eso no es correcto afirmar que Cristina impidió la construcción de un candidato. Cuando Randazzo tuvo que recibir la posta se negó a hacerlo. No es un problema ni de capricho de Cristina, ni de carismas, ni de fanatismos. Es el lugar que se le asigna en la política a los votantes a los que se les pide apoyo. Y ese lugar es el resultado de muchas decisiones tomadas y defendidas a lo largo del tiempo. Lo que no pudo y/o no quiso Randazzo, los que lo apoyaron, y gran parte del PJ nacional realmente existente, es convalidar la lógica política del reconocimiento que fue el núcleo candente e intolerable del kirchnerismo. En lugar de apoyar a Cristina en medio de un feroz ataque, vieron la oportunidad de normalizar la desmesura K y capitalizarla en términos partidocráticos. A esto me refería más arriba cuando decía «entregar» a la multitud K. Entregar aquella subjetividad política a la existencia meramente estadística de la lógica partidocrática.
Por eso las PASO no fortalecían al kirchnerismo en tanto depositario de una lógica política popular. En todo caso lo hubiese hecho en términos de dispositivo electoral autorreferencial diluyendo, finalmente, la potencia política de la multitud K. El beneficio de los dirigentes no se trasladaría a sus representados, porque justamente, dejarían de serlo. Tal como se pretendió plantear el escenario de las PASO, resultaba evidente que apuntaba a normalizar la política por medio de las mediaciones partidarias. Éstas, claramente, son el terreno ideal que requiere el PJ realmente existente en todo el país para desembarazarse de las contrariedades que tuvieron que aceptar a causa del kirchnerismo. El problema de fondo nunca fue el autoritarismo de la conducción K (seguramente real, sin dudas), sino el entorpecimiento de la autonomía del aparato peronista. Algo que nunca les fue fácil de digerir ni a los bien intencionados, ni a los otros. Así que detrás del carisma de Cristina, hay otro problema, el del rol que juegan las mayorías populares a la hora de condicionar los márgenes políticos de los partidos en el marco de un parlamentarismo tutelado por corporaciones que siempre tienden a subordinarlos lo máximo posible. Sin esa capacidad de condicionar las negociaciones entre el Partido y los núcleos de poder, lo más importante de lo realizado por el kirchnerismo habría sido imposible. Esto excede cualquier lógica del capricho y es algo que creo que Cristina comprende muy bien, más allá de su presunto narcisismo.

Lo que se disputa hoy en la argentina, a diferencia de lo que ocurre en muchos otros lugares, no es sólo el contenido de las gestiones estatales, sino el terreno donde se dirimen, es decir, el sentido y el lugar de lo político. El carisma ayuda, sin dudas. Pero no alcanza. La diferencia que falta pasa por la capacidad de establecer mediaciones políticas, no partidarias, entre gobierno y sociedad, la forma de construir un lugar a los agentes de esas políticas para que sean sujetos de ellas y no sólo operadores de un aparato y la forma en que esas mediaciones responden a las necesidades y deseos de aquellos a quienes interpelan y convocan. Todo esto, es lo que diferencia aquello que representa Cristina respecto de la burocracia partidaria. Y esa es la diferencia que confunden quienes explican todo el proceso político del kirchnerismo en términos de caprichos autorrefenciales y fanatismos ciegos. Lo que demuestra que Randazzo no comprendió ni valoró esto, es la facilidad con la que se estableció un vaso comunicante entre él, Massa y Stolbizer que niveló ideológicamente un espacio abstracto lleno de contradicciones. Como filas de dominó se podían eslabonar una serie de discusiones aparentemente incompatibles. Sin solución de continuidad se podía pasar desde plantear si el ejército debe cumplir tareas de seguridad interior, si debe haber ley de ejecución sumaria (llamada de «derribo»), si la «chorra» debe estar presa o hasta si “los ciudadanos” deben regular las relaciones entre Cristina y Randazzo. El comodín que lo permitió es, por supuesto, Alberto Fernández y su utopía fue obtener una Cristina posK. Si el peronismo premenemista fue el hecho maldito del país burgués, el kirchnerismo es el hecho maldito del pejotismo burgués. Incluso en contradicción y desbordando la sustancia burguesa de sus líderes.

Estos son  tiempos en los que se dirimen la profundidad y alcance de la reforma neoliberal que golpeará, con indolencia y brutalidad ya demostradas, la vida de millones de argentinos. Sólo la participación y la resistencia popular van a poder enfrentarla. Unidad Ciudadana es un intento de expandir esa participación a partir del reconocimiento de los sujetos de la política. Lo expresan tanto las formas de campaña como el armado de las listas con candidatos que emergen de espacios políticos no convencionales. No podemos saber el destino de este intento. Una vez más, Randazzo pudo haber cumplido un papel central en este proceso de invención política. Eligió no hacerlo. Sabiéndolo o no, boicoteó (relativamente) un intento de repensar la política que no sólo no se atrevió a co-liderar sino que no supo imaginar. Tampoco está claro si lo alcanza a comprender y a compartir. Por su parte, el “chivo” Rossi, que también tuvo que compartir la ducha de la humildad en 2015, parece haber entendido mucho mejor la lección de la derrota. La autodenostación disfrazada de autocrítica no es más que la ofrenda que el amo exige al derrotado como muestra de subordinación. Sólo la autorreflexión, la invención política y la disrupción estratégica están a la altura del afecto y de la alegría con los que una multitud se reconoció durante años en el don de su propia anomalía. Por más ajustado que sea, el triunfo de UC en Bs. As. orada un túnel en la negra roca neoliberal. El triunfo en Santa Fe, tal vez, colocó una luz posible en su final. Si es así, ahora hay que encenderla.

También te podría gustar...

3 Respuestas

  1. tabita dice:

    Excelente analisis.

  2. Maximiliano dice:

    Comparto la mirada. Muy buen análisis.

  3. Gabriel Artaza Saade dice:

    Plaf plaf plaf!!! Increíble Aldo! Como siempre. Me gustaría saber qué opinas de la posición Manzurista?tengo un sabor amargo

Responder a tabita Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *